46. Luz verde

Only green

 

Contempló al hombre que dormía. Ya durante los aperitivos había resultado encantador, pero aquella quietud tras el torbellino de pasión desencadenado en la chaise longue terminó por conquistarla.

A medida que iba sacudiéndose el sueño y recordando iba sintiendo cierta vergüenza por terminar en romance una entrevista laboral.

La necesidad de contratar a un chef dos días antes del inicio de la temporada en el restaurante de Mahón había ayudado a suprimir todos los trámites superfluos. A ver cómo le contaba a su sobreprotectora hermana que había contratado a aquel apuesto andaluz a quien apresuradamente tuvo que hacerle una prueba profesional en su apartamento. Y a ver cómo le explicaba que lo primero que hizo el chef fue extraer de un maletín una muestra aceite de oliva, lavarse las manos, untarse el dedo índice con el preciado líquido y conminarla a hacer ella lo mismo y a chupar. Esto se siente o no se siente, dijo. Si no le gusta, me voy.

Los ojos de la empresaria volaron de sus órbitas. El hombre cocinó los platos que dijo que eran los más representativos de su estilo, y contestó con seguridad a todas las preguntas que ella le lanzó. A los postres se besaron.

Con el crepúsculo vespertino el viento roló. Disipada la bruma, una luminosidad tardía se abrió paso. Los últimos rayos oblicuos de aquel sol pugnaban por colarse, chismosos, entre las rendijas de la persiana.

De pronto observó una tenue luz clorofílica que refulgía sobre el corazón del calmo durmiente. Siguió la estela de luminiscencia que penetraba por la ventana, incidía sobre la botella del aceite y emitía el reflejo que brillaba sobre el pecho imberbe del varón. Alzó la botella y la guardó.

A medianoche, tras el cristal opaco del mueble, el aceite de oliva resplandecía.