41. Arraigo

Extre

 

El viento mueve sin tregua las afiladas hojas de las palmeras. Es tan distinto al suave baile de los olivos donde pasé mi niñez. Me agito al ritmo del levante y me urge parar. Necesito la suave cadencia de las aceitunas para enfrentar la locura del oleaje, el plomizo aliento del campo cuando aprieta el sol y la lentitud del paso de las horas muertas frente al entumecimiento del salitre. Añoranza.

Ese mismo viento me arrastró lejos de aquellos mares de troncos rugosos que anudaban nuestros secretos a la tierra, los que nos acogían en los juegos, los que nos engarzaban con la vida alimentándonos. Aceite. Hoy necesito el aroma del pueblo cuando se levanta el polvo, seco y ardiente.