34. Un delicioso almuerzo

DChFujishiro

 

Cierta vez, cuando trabajaba en la marina, nos mandaron a realizar un trabajo en la sala de máquinas de la Moto Nave EROA. Era un buque de carga seca, de poco porte, pero muy bien conservado.

Como en casi todas las embarcaciones cubanas, los tripulantes tenían un perro como mascota que, además, ayudaba en la protección del buque contra los intrusos, en el EROA, era un lindo pastor alemán. Nosotros subimos a bordo de la embarcación a la hora del almuerzo y, la tripulación, se disponía a almorzar. Ya todos los mecánicos habíamos almorzado en tierra. La brigada estaba compuesta por Félix, Osmel, Javier, Piñazo y yo, como jefe de la brigada. En el preciso momento en que nos disponíamos a bajar a la sala de máquinas, el cocinero le estaba poniendo el almuerzo al perro. Nos fijamos en el menú; arroz amarillo con aceitunas, una posta de pollo, salsa de oliva y unos boniatos hervidos. Piñazo nos miró y comentó que, aquel almuerzo, se veía exquisito y que no debería ser para un perro.

–Eso es un gran desperdicio –comentó. Nosotros continuamos bajando. Unos minutos después estábamos aflojando las tuercas de una de las plantas generadoras del buque, porque debía ser sustituida. Todos nos quedamos asombrados cuando Piñazo, quien se había retrasado un poco en bajar, sacó del bolso de herramientas una javita de nylon y comenzó a comerse su contenido. Nos miramos unos a otros sin poder dar crédito a lo que estábamos viendo. Piñazo, en un descuido del cocinero y del animal, había agarrado el almuerzo perruno, lo vertió en una bolsa y lo guardó en la bolsa de herramientas que colgaba de su hombro. Ahora, se había sentado, despreocupadamente, a comérselo, delante de nuestras petrificadas miradas. Ese día, el pobre animal pasó la tarde en blanco.