
317. Herencia
El viaje ya llegaba a su fin y pronto encontró la entrada de la finca. La pista discurría entre colinas donde los olivares se disponían en perfectas hileras geométricas. En breve llegaría la época de la recogida. Aparcó, salió del coche y contempló la imponente entrada de la casa principal del cortijo, Aunque más bien se podría decir por sus dimensiones que era un impresionante palacete que le traía, salvando las distancias, el recuerdo de aquellas casas señoriales que aparecían en las series británicas como moradas de condes y duques. Observó que varias personas la estaban esperando y, tras un momento de vacilación, se dirigió a la puerta.
—Buenos días, señorita —la saludó a aquel que parecía tener la voz cantante—. ¿Ha tenido un buen viaje?
—Sí, gracias. Supongo que son ustedes los herederos.
Echó un rápido vistazo al grupo: Bajo una fachada de amabilidad, se translucía toda una constelación de sentimientos y ninguno era positivo. Recelo, rabia, ilusiones frustradas. Cada persona parecía corresponder a una emoción en concreto, pero una fuerza común parecía unirles y ponerles en guardia ante ella, la extraña. Intentando poner el tono más jovial del que era capaz, continuó con las formalidades de rigor que son propias de estos casos.
—Ante todo, les doy el pésame por el triste deceso de Don Senén. Por otro lado, me complace decirles que es un honor que se haya escogido a nuestro bufete para gestionar el reparto de su herencia.
—Y tanto —susurró para sí misma—. Teniendo en cuenta todas las propiedades que estaban en juego, las comisiones serían fabulosas. Y como no había herederos directos sino sobrinos, los gastos crecerían sin piedad durante los posibles litigios que pudieran surgir.
—No se ofenda —dijo una de las personas del grupo aparentando cierta cordialidad, pero no nos gusta que esté aquí Nosotros ya teníamos nuestros abogados por lo que nos sorprendió sobremanera el hecho de que nuestro tío la nombrase albacea de la herencia, cuando nunca su empresa ha tenido relación con los asuntos de esta familia. Comprenderá que, cuanto menos, es algo… extraño.
—Miren —dijo intentando disimular su creciente irritación. Mi empresa y yo estamos tan sorprendidos como ustedes, pero esta disposición testamentaria es perfectamente legal, por lo que sería una falta total de profesionalidad rechazar los deseos de Don Senén. Además —susurró suavemente—por supuesto siempre pueden intentar impugnar el testamento, aunque no se lo recomendaría; ya sabrán que las costas van en proporción al caudal hereditario en litigio.
Observando el desconcierto del grupo ante su actitud autoritaria y enérgica, aprovechó para tomar enérgicamente las riendas de la situación.
—Mi tiempo es oro y ustedes estarán deseosos de quedarse con lo que es suyo, por lo que mejor será que pasemos dentro y empecemos con los trámites.
Mientras iban pasando al interior del espléndido cortijo se fijó en una señora, ya de cierta edad, que la saludaba sonriente desde un banco a la vera de los olivos y después señalaba con energía a uno de ellos.
—¿Quién es? —preguntó a uno de los sobrinos.
—La antigua secretaria de mi tío —fue la seca respuesta—. Ya está jubilada, pero todos los días venía por aquí a conspirar, digo a charlar con él. En cuanto se arregle todo el papeleo ya no volverá a pisar por esta casa.
La reunión fue trascurriendo como casi todas las de este estilo, con los gritos y aspavientos de rigor, aderezados de insultos varios de toda índole, aunque sin llegar la sangre al río. En cierto momento, después de echar un vistazo al listado de propiedades hubo algo que la extrañó sobremanera.
—Veamos —dijo leyendo cuidadosamente la lista. Está el cortijo, todas las hectáreas de olivares que lo rodean, las almazaras, varios pisos y algunas cuentas bancarias, pero echo de menos una cantidad de bastantes millones de euros que se declaró a la hacienda pública el año pasado, al parecer invertidos en bonos soberanos de diversos países. ¿Por qué no están en la lista?
—Eso quisiera saber… quisiéramos saber —saltó de inmediato el aparente líder de los herederos. Se han esfumado, no hay nada, ni movimientos bancarios ni transferencias. Como no haya cogido los títulos para esconderlos en un agujero o peor, que los haya quemado, no encuentro otra explicación.
Ante la mirada sospechosa de ella, continuó hablando con convicción.
—Lo sé, es lógico recelar ante una cosa tan irregular pero no crea que hemos sido nosotros. Es más, hemos encargado una investigación a una prestigiosa agencia de detectives. ¿Sabe lo que pienso?
—Me encantaría saberlo.
—Fue una jugarreta más de mi tío; le encantaba hacernos rabiar con sus juegos y bromas pesadas. Seguro que lo ha escondido en algún sitio, más cerca de lo que pensamos, para que nos enzarcemos entre nosotros. ¡Vaya desgraciado!
—¡Chiss! —dijo una de sus familiares cogiéndole del brazo para interrumpirle. Nuestras cuitas familiares no creo que sean incumbencia de la señora abogada.
—Mientras no afecten a mi trabajo, desde luego que no, Por cierto —dijo señalando un espléndido e increíblemente realista olivo de cerámica que adornaba el centro de la amplia mesa de reuniones—. ¡Qué soberbia pieza! ¡Vaya maravilla!
—Nosotros siempre lo hemos considerado un adorno de mal gusto, Nuestro tío lo adquirió poco antes de hacer su fortuna y desde entonces lo tenía en gran estima. Dijo que le había concedido suerte y también se la traería a sus descendientes. Ya ve usted, ¡ja,ja! —se empezó a reír con un cierto deje histérico.
Aprovechando el desconcierto de ella propuso continuar la reunión después de comer y, sin decir una palabra más, fueron saliendo de la habitación.
—Parece que no me van a invitar a comer —susurró mirando fijamente al olivo de cerámica.
Los vivos colores de la escultura refulgían bajo el sol del ventanal, especialmente el verde esmeralda de las aceitunas, con finas vetas negras para acentuar más su relieve. Recordó el gesto de la señora señalando hacia un olivo y esa intuición suya que tan útil le había sido a lo largo de su vida, le mandó una señal.
Se acercó súbitamente interesada y estudio cuidadosamente la textura de las piezas. Esas líneas le parecían asemejarse a algo. Miró desde varios ángulos, giro la pieza estudiando los efectos de la iluminación y entonces al cabo de cierto tiempo lo vio todo claro. No gritó “¡Eureka!” ni se puso a dar saltos de alegría, pero poco faltó.
Salió lentamente al exterior de la casa y se acercó al olivo más cercano. Extendió el brazo entre las manos y, cogiendo una aceituna la exprimió sintiendo el jugo deslizarle sobre la palma de su mano.
—¿Sabías que antiguamente el aceite se santificaba y servía para consagrar a la realeza? ¿Qué se siente al ser ungida como heredera? —dijo una voz a su espalda. Se volvió y allí estaba la señora de antes contemplándola fijamente, con aire divertido.
Se entendieron con la mirada a la perfección y, acercándose al banco más próximo, tomaron asiento Tras unos momentos de silencio, la antigua secretaria de Don Senén comenzó a hablar con voz suave y midiendo cuidadosamente las palabras.
—Supongamos que un acaudalado señor sabe que su fin se acerca. Sus sobrinos se relamen pensando en la jugosa herencia, ya están repartiendo el pastel con ojos codiciosos. Pero entonces descubre que tiene una hija secreta y, emocionado, piensa cambiar el testamento. Pero cae en la cuenta de que es peligroso, ellos son capaces de todo, hay mucho en juego. Como le queda poco tiempo, no se ve con capacidad para evitar su más que previsible reacción. Ellos podrían con turbios tejemanejes destruir u ocultar el nuevo testamento o cosas incluso peores. Tenía que pensar en otra cosa.
—Y entonces ideó un plan —dijo la joven mirando al océano de olivares que se extendían ante sus ojos.
—Esa mirada, esa clase, esa forma de comportarse. Cuando te vi entrar no tuve ninguna duda —dijo la señora—. Un plan para que su hija disfrutase de lo que en justicia le correspondía. En el peor de los casos se llevaría las comisiones y la mayor parte de la fortuna estaría oculta para que esas aves carroñeras no pudiesen echarla mano. Sabía que la clave estaba en la escultura del olivo, pero no podía imaginar cual era. ¿Cómo lo descubriste?
La carta que me llegó de mi padre donde me nombraba albacea tenía como marca de agua un olivo y después, el pago de los honorarios anticipados se hizo por medio de… una criptomoneda en concreto. Me llamó la atención bastante pero como es algo legal y se comprobó que todo estaba en orden, dejé de darle importancia.
—Y entonces al examinar el olivo…
—Me fijé en que las líneas de contraste pintadas en las aceitunas me recordaban a algo si se veían desde ciertas posiciones y con mucho detalle. Al cabo de un rato caí en que eran series de minúsculos caracteres, como los de una contraseña de activos digitales, similares al que se usó como medio de pago. Y ahora mismo se puede decir que el dinero perdido ya no lo es tanto; va a estar en buenas manos, modestia aparte.
—Pero niña —dijo la señora—. Si esos buitres llegan a sospechar algo puedes tener problemas, En el caso de que pudieras demostrar que eras hija de Don Senén, ellos no podrían hacer nada y te quedarías con todo, pero lo incineraron.
—Mi padre pensaba en todo —susurró con emoción acariciando las ramas del olivo-. En la carta adjuntaba también un mechón de su cabello. Adivina que ocurrirá cuando se coteje el ADN.