316. Redicho, el árbitro

Ágora

 

Apenas se cruza Despeñaperros, camino del Sur, algunos topónimos recuerdan célebres batallas del lugar, Navas de Tolosa y Bailén. Sin embargo, los árboles centenarios del paisaje podrían contar, si pudieran hablar, relatos de paz; no en vano, el olivo es símbolo de paz.

Apenas atravieso Sierra Morena identifico mi tierra con esos árboles: alcornoque y, sobre todo, olivo. Junto a ellos, la panoplia de otros menos longevos, como el quejigo, la encina y el pino, marca el panorama multicolor del lugar, que en muchas lomas se reduce a uno: el olivo.
Sin embargo, reconozco más mi entrada en tierra jienense por el olor a aceite; lo huelo a distancia. Aprendí a distinguirlo la primera vez que viajé en coche.

El sol comenzaba a buscar refugio tras el horizonte y ya notaba el cansancio de conducir cuando, para distraerme, encendí la radio y sintonicé la transmisión de la final de una Copa futbolera. Contemplaba el tachonado regular de los olivos en el campo y me llegaba el inconfundible olor que emanaba de los depósitos de una almazara, cuando el locutor radió entusiasmado un lance del partido: ¡El árbitro, Pérez Redicho, silba la falta! Digo silba y no pita, porque el señor Pérez Redicho llama silbo al pito. Luego si silbo, silba; y si pito, pita. ¡En este caso, silba!

Memoricé la parrafada y, por asociación nemotécnica, las circunstancias de ese momento concreto. Desde ese día, cada vez que miro el fútbol en la televisión me acuerdo de Redicho, el árbitro, y me auto invito a tomar en el desayuno, al día siguiente, una buena tostada de aceite a su salud. Y a la mía.