314. El remedio

Nibbler

 

-Cada día es un sobresalto. Ayer comenzó a mirar por la ventana y en apenas cinco minutos llenó de lava el salón, la semana pasada encontré un soldado tártaro en la cocina, y hace un par de meses, mientras mojaba, ensimismado, la magdalena en el café hizo que un cohete atravesara la casa a toda la velocidad y que saliese al exterior por la chimenea. Se estrelló a las afueras de Amiens y, gracias a Dios, nadie salió herido. Además, todas las noches, en cuanto cierra los ojos, cubre de algas el techo del dormitorio, las paredes de corales, y el suelo de crías de tiburón. Estoy agotada – confesé al médico -. De hecho, creo que de haberlo sabido antes, jamás me habría casado con un tipo de imaginación tan incontenible.

-La comprendo, señora Verne, pero he de decirle que el de su marido es un comportamiento habitual entre escritores.

-¿Y tiene remedio?

-Claro que sí, toda enfermedad puede tratarse -dijo.

Desde entonces, antes de dormir, tomo como única cena las seis cucharadas de aceite de oliva que me recetó, un medicamento insólito que, sin embargo, me hace soñar invariablemente con editores de gustos anticuados, los únicos capaces de mantener a raya las fantasías más alocadas de mi esposo.