312. Recuerdos

Víctor Manuel Riego Gato

 

Fue probar ese aceite de oliva y recordar los veranos de mi niñez en el pueblo de mis abuelos. Los desayunos de pan untado generosamente en aceite con tomate triturado por encima. Coger la bicicleta y acercarnos al pilón de la plaza donde quedábamos con los amigos para coger renacuajos. Recorrer el pueblo a toda velocidad sin preocupación ninguna pues casi no había coches. Como nos metíamos en casa del Señor Matías y le cogíamos un par de chorizos para salir pedaleando hacia los olivares, entre excitados y nerviosos por el pequeño hurto.

El sabor de las ensaladas en la comida, con la lechuga, el tomate y la cebolla del huerto familiar, siempre regadas con el aceite de la comarca y vinagre. Untar el moje de la ensalada con pan después de que el abuelo le echara un chorrito de vino. Un pequeño secreto entre él y yo.

Esas tardes en el río, tirándonos desde una soga atada a un árbol junto a la orilla, gritando a pleno pulmón, emulando al Tarzán de las películas del fin de semana al mediodía en la televisión de blanco y negro.

Marcas y cicatrices que volvieron a cobrar sentido, que retornaron a mi mente al probar un producto tan nuestro como el aceite de oliva.