
306. ¿Loco?
Podría empezar diciendo lo crucial que fue para mi aquel estúpido abril, estaba acostumbrado a pasarme el día leyendo bajo los olivos de mi abuelo.
Puede parecer una estupidez, pero la época de floración es sin duda mi preferida, detesto el trabajo de campo, aun así adoro tumbarme en esas dulces praderas mientras el polen inunda mis estímulos. Al menos lo adoraba por aquel entonces.
Sí, parezco un loco solitario, loco, puede ser, solitario, por desgracia no, me paso la vida acompañado. Soy consciente de que normalmente se desea tener a alguien que te acompañe, a mí siempre me han acompañado, pero desde ese abril, no me he vuelto a sentir acompañado.
Ahora quizás, debería decir mi nombre, quién soy, presentarme o siquiera decir mi edad, pero francamente, todas estas cosas siempre me han parecido una soberana estupidez, es decir, al fin y al cabo, la historia solo recuerda a los vencedores, ¿no? Difícil recordar a un perdedor.
Bueno, hablemos de lo que realmente a ustedes les interesa, todo aquel dolor que creció en mi fue a causa de la cosa más estúpida que sus originales cerebros sean capaces de imaginar.
Deben estar interesados, llegados a este punto yo lo estaría.
Lo cierto es que no, no fue un estúpido amor de verano, por suerte nadie cercano a mí se murió, tampoco perdí amistades ni me abandonaron mis padres, fue algo peor, terriblemente peor.
Mi propio abandono, sí, yo solito me abandone, es muy largo de explicar, simplemente creí que sería mejor centrarme en ayudar a todo aquel que lo necesitará, así que así lo hice, lo malo es que había alguien que lo necesitaba todavía más que aquellas pobres personas.
Aunque no lo crean, desgraciadamente el cerebro tiene la capacidad de detectar en los demás, aquello que es incapaz de en sí mismo aceptar. Llámenme poético o profundo, si lo prefieren llámenme loco, ya les dije que en parte lo estoy.
Pues sí, es tan sencillo como el arte de olvidar, el arte de sustituirte a ti mismo por el simple hecho de no querer aceptar que no es necesario que pase algo a tu alrededor para que muera algo en tu interior.
La doctora decidió llamarlo depresión, dijo que empezara a hacer ejercicio y todas esas cosas que en realidad nadie quiere hacer, pero estúpidamente hacemos creyendo que nos alargan la vida, pero olvidándonos de arreglarla. Pues sí, empecé a dejar de comer, empecé a dejar de hablar, hasta dejar de hacerlo definitivamente, una soberana estupidez, pero es que en verdad las cosas más importantes de nuestras vidas surgen de las mayores estupideces.
Todo empezó cuando, en aquel comienzo de verano, después de la floración, subido en el coche camino a la más espectacular de las ciudades, empecé a sentir algo de vacío en lo más profundo de mi espíritu, algo que realmente me llenaba de tristeza.
Y como previamente les he dicho me acabo quitando el hambre, el sueño, y también el habla, pasé años con un diagnóstico erróneo, eso en cambio no me pareció una estupidez el hecho que el olor del aire que aquella nueva ciudad a la que debía llamar hogar me resultara tan ingrato de inhalar.
Uno se acostumbra a respirar los excrementos de animales que personas de ciudad no saben ni con que deben alimentar, pero también debo reconocer que este hecho es directamente proporcional, para aquellas personas que venimos de campo y acabamos en ciudad.
No sabía que decidir un paquete de arroz fuera algo tan extremadamente complicado, en mi antiguo hogar, había, o no había arroz, en cambio en esta gran expansión de gente sin conocimientos necesarios para sobrevivir sin calefacción, lo compensaban con la capacidad de seleccionar el mejor de los arroces entre un pasillo entero de éste.
Ahora es cuando el protagonista de la novela habla de las muchas amistades que hace, o de lo mal que se está adaptando, también suelen hablar de la chica guapa que conoce, que casualmente es su vecina, que ya se sabe desde el principio que acabará con el simplón del protagonista… Por desgracia para ustedes, eso no sucederá, poque el protagonista soy yo.
Otra soberana estupidez, pero sí, hice una amistad, un gato mudo, sí, como lo oyen, adopté un animal que me hiciera ver que, aunque no pudiera hablar, podía hacer todo lo demás.
Bueno, después de todo esto no deben olvidar, que yo seguía sin hablar, así fueron pasando los años, y sí, finalmente, como en esos dramas cutres de la tele del siglo XX, volví a hablar, pero bueno, no fue aquello que te pintan de que te recuperas porque descubres la finalidad de tu existencia.
Fué algo más parecido, a decir que sí, que no, y algún número, y sí, seguía solo (aunque ya les he dicho que no del todo, tenía Catetas), pero esta vez era completamente diferente, porque a diferencia de hacía unos años ya no me sentía solo, habían hecho falta muchos años de errores, salir de mi” zona de confort” que le llaman. Y sí, también había cambiado un lugar donde había conejos saltando delante de la misma puerta de mi casa, por algo muy diferente y con cola, que solo encontrarás en la ciudad, o al menos en tales cantidades.
Ah, es cierto, todavía no les dije por qué me fui de la casa en la que a pesar de sentirme tan solo había sido toda mi vida, mi hogar, pues verán, esto les parecerá una tontería, pero si realmente se lo parece, no podrían estar más equivocados. Muy sencillo, por el simple hecho de que no sabía quién era. Que solo sabía mi nombre, pero no sabía quién era en mi presente, el futuro me era incierto, pero sencillamente supe que no era algo que debería aterrarme, así que me subí al coche y acabé en el burdel donde viví unos duros años de mi vida, mejor no les explico como Catetas se encargó de modernizarme toda la estancia…
Sí, parece que la vida no podía dar más vueltas, el problema es que todas fueron exactamente de trescientos sesenta grados, y, a pesar de girar sin cesar siempre, acababa en el mismo punto, por lo que entendí, que aunque les sorprenda, no era cuestión de dar vueltas cada vez con mayor potencia. Que no era cuestión de saltar más, que no debía hacerlo hasta estar agotado, que simplemente, debía descansar, y cuando estuviera preparado, volver a saltar, así que finalmente así lo hice, me fui a descansar, y cómo no, lo hice en mi lugar favorito, en aquellos campos. Sí, recordaba que los había adorado locamente, más ahora me era imposible, y por ello, los había llegado a detestar, por no poder dejar marca en mi mísero recuerdo para proporcionar felicidad, ahora ya sabía quién era, y si no, estaba a punto de descubrirlo, así que cogí mis cosas, y a mi amiguito de cuatro patas y empezamos el viaje de vuelta a un lugar que él no conocía y que yo empezaba a dudar conocer.
Tras largas horas de viaje, perdernos varias veces y limpiar algún que otro vómito de mi pobre amigo, llegamos.
Fue instantáneo, Catetas se adueñó de todo aquello que creía merecer, y yo, aprovechando que me encontraba en pleno mes de abril, me fui a mis preciados campos de olivos, me tumbé, inhale y entonces me abrumó todas aquellas sensaciones que guardaba en mi interior, y sólo, con la única compañía de aquellos olivos deje que mis sentimientos salieran a flor de piel, humedeciendo mis mejillas, desgarrando mis dolores hasta hacerlos de una magnitud tan insignificante que solo sirvieron de abono para que las raíces de aquel árbol que aguardaba en mi interior siguiera creciendo, estaba tan terriblemente obsesionado con el hecho de que mi árbol floreciera, que fui incapaz de recoger y aprender de todos los frutos que éste me dio.
Llevaba toda la vida consolándome con las flores de aquellos olivos, sin fijarme siquiera en la hermosura de su figura, en la coordinación de su esencia, en la paciencia que este tenía para florecer, para dar frutos, sin fijarme en que los unos se ayudaban a crecer a los otros, y que yo había hecho todo lo contrario, había disfrutado únicamente de aquello que quería, no de aquello que florecía, únicamente de aquello que ya tiene flor.
Que estúpido es el ignorante, que infeliz es éste, que ingenuo es, sí, siempre dijimos que el ignorante es feliz, más yo creo que existen muchos tipos de ignorancia, y aquel que es tan ignorante como para no saber valorar el poder que tiene una sonrisa, una mota de polen, una rama que lucha por no caer, es el mayor de los ignorantes, y por lo tanto el mayor de los infelices.
No he aprendido mayor lección en la vida que aquella que nos damos a nosotros mismos, solía creer que no era feliz por el simple hecho de que era diferente, y no es por presumir, pero puede que les parezca un comentario estúpido, pero cuanto más extravagante es la planta, más cotizados son sus frutos.
Permítanse ser unos frutos exquisitos.