280. El Anhelo del Olivar

Iván Noiret

 

El cultivo del olivo requiere de unas condiciones adecuadas, presentes en las regiones del Mediterráneo, pero debido a su demanda, se ha extendido a otras partes donde el clima fresco, ha favorecido su reproducción. En un pequeño pueblo, situado a las orillas de una de las montañas más altas y heladas de la región oeste, los habitantes aún conservan sus majestuosos olivares, conservando las tradiciones que desde en épocas pasadas, se practicaban practicaron. Los más ancianos guardan con recelo y amor estos árboles, y las tierras que, en tiempos remotos, pertenecían a sus abuelos, lo cuales, sin más, les heredaron las técnicas de recolección de los olivos, y un gran y profundo amor a la tierra.

Año con año, los vecinos del pueblo se reunían para recoger la cosecha, acercándose los primeros días de diciembre, antes que las condiciones del clima, propios de la temporada, les impidiesen hacerlo.

Las mujeres cantaban, mientras recogían del suelo con sus suaves y ligeras manos, los olivos maduros, los que su flor nacía en mayo. Los hombres dejaban caer el fruto de color negro, sobre una gran malla plástica de color azul, debajo de los frondosos árboles, los niños en cambio corrían y revoloteaban alegremente, de un lado a otro, disfrutando de la algarabía que se respiraba en el lugar. Algunos eran llamados por sus padres, para que ayudasen en esta ardua tarea, dejando el juego para después. Esto hacía que el trabajo fuera una cuestión familiar, donde todos los miembros participaban, teniendo cada uno, su rol.

Los hombres tenían mucho cuidado al momento de cortar la oliva, puesto que estas, estaban muy sujetas a la rama, por lo que tenían que trepar por medio de escaleras, largas y ligeras, y cortar el fruto con una técnica, a la cual ellos llamaban “El Ordeño”, este nombre se debía en gran medida a la forma en la que los hombres sujetaban cada oliva, simulando el agarre que se tiene al momento de ordeñar una vaca, con sumo cuidado de no quebrar las ramas y de esa manera lastimar el tan amado árbol.

Eran pocas las mujeres que, con agilidad y destreza, trepaban por las escaleras a la cima de los árboles, para igualar el trabajo de los hombres, cortando con soltura la oliva, superando muchas veces a los expertos y ávidos jóvenes.

El escurruchado de las olivas lo hacían en menos de un mes, pasando la Navidad y el Año Nuevo en esta afanosa tarea, pero los buenos momentos compensaban la ardua tarea, y con risas y cantos, la jornada de trabajo era más amena.

Los cantos de las mujeres eran transportados por el viento, de granja en granja. A voz suave y dulce, solo opacada por la voz ronca de los hombres, cuando entonaban los coros. Las risas se oían a lo lejos, calentando los fríos días de diciembre.

Al caer la tarde, cuando los últimos rayos de sol tañían las copas de los olivares en naranja, la jornada se daba por concluida, y entre todos recogían las mallas del suelo, y metían la fruta en los sacos, y con la ayuda de bueyes, burros o caballos, que halaban las carretas, donde la preciada carga era transportada a las bodegas en grandes sacos de lana.

En el camino, las voces irrumpen el silencio que la penumbra trae consigo, el viaje es largo, y muchas veces la oscuridad cubría sus pasos, pero los candiles eran las luces que disipaban la oscuridad ante ellos, era todo un espectáculo ver desde el pueblo, las luces a lo lejos, bajando por las sierras. En los caminos sinuosos y escarpados.

Al llegar a la villa, los sacos eran pesados, para así saber el peso el fruto de su jornada. Al caer la noche, y alumbrados con candiles o velas, cada hombre y mujer cogía un saco, y con mucho cuidado, eran separados los frutos de las hojas, limpiando de impurezas las olivas.

Posteriormente, las olivas eran destinadas, para la elaboración de aceite, para el consumo propio de cada hogar. Pero todo ello dependía de la riqueza de la cosecha y el buen trabajo para fabricar el aceite de manera artesana, con las herramientas rudimentarias que sus abuelos usaban. Todo era felicidad. Un pueblo unido, que se ayudaba entre sí, juntos.

Pero los tiempos cambian, y lo que una vez fueron olivares rebosantes de vida, con personas que dedicaban sus días a su cuido, hoy solo arboles olvidados, donde las aves hacen sus nidos en las ramas más altas, las ardillas esconden sus nueces en los huecos de sus troncos, donde los animales silvestres ocupan de hogar y las olivas caen al suelo, siendo el festín de algunos.

Son pocas las personas que quedan en la villa, que aun cuidan y aman sus olivos, pero son los más ancianos, muchos jóvenes han preferido emigrar a las grandes ciudades, buscando según ellos un futuro mejor, y han dejado en el olvido, aquellas tradiciones de antaño, que fueron heredadas de generación en generación.

Llegada la fecha, los que aún tiene fuerzas, toman sus escaleras, sus lonas, sacos y con sus animales de carga, salen de su hogar a paso lento, pero seguro. Tardan dos horas en llegar hasta donde los olivares los esperan con ansias, ansias de oír aquellos cantos, de oír las risas, se sentir el calor que hace tiempo sienten.

Hoy solo van de dos en dos, y cada uno prefiere quedarse en sus tierras que ir a ayudar a los demás, ya que el trabajo es largo, y cansado, y el tiempo juega en su contra, las heladas se acercan y ya no tiene la fuerza de antes y el frio les hela las manos, dificultando el arranque del fruto.

Aun, el corte sigue siendo de los hombres, el cual, con la escalera larga y ligera, vieja, por el paso del tiempo y desgastada por el continuo, va de rama en rama, cortando los olivos dejándolos caer, abajo los espera con tristeza, la bella señora de cabellos plateados.

Sus ojos se llenan de lágrimas por no tener la fuerza y la destreza de antes, fuerzas que son necesarias para recoger del suelo las olivas. Con un gran suspiro, seca sus lágrimas con un pañuelo, y una a una las toma.

Lo que antes se hacía en cuestión de días, hoy toma semanas poder terminar. Pero la determinación es fuerte y el amor a esta tradición es grande. No quieren que muera con ellos, anhelan transmitir sus conocimientos a los más jóvenes, pero hoy, los intereses han cambiado, pero guardan la esperanza de que aquellos vivaces días vuelvan, y que los bosques de olivos rebocen nuevamente de vida.

Temen que las tradiciones se pierdan y que la industria se apodere de sus campos, que sean una maquina la que haga el trabajo de cien hombres y que sin cuido alguno, arranque el fruto de la rama, lastimando los centenarios árboles.

Esto ha pasado antes, campos enteros han sido arrasados por la industria, devastando la naturaleza, cambiando la maquinaria artesanal por grandes máquinas de metal brillante y frio. El aire se ha contaminado por el humo incesante que sale de las chimeneas de las fábricas, y los hombres que antes caminaban felices, hoy caminan cabizbajos a su jornada.

Este es el temor de los ancianos, y su mente se llena de malos pensamientos mientras caminan de regreso a su hogar.

Al llegar a sus casas, la preocupación se ha desvanecido, y al caer la noche, ven al cielo oscuro que se ilumina poco a poco con los tenues luceros, lentamente sus ojos se cierran y se sumen en un sueño profundo hasta el amanecer del día siguiente. Esperando que los rayos del sol pinten las hojas de las ramas.

Un nuevo día ha llegado, y desde muy temprano la faena empieza. La esperanza vuelve a nacer, a lo lejos, los olivos asoman sus ramas más altas, las cuales se mueven ligeramente por la suave brisa, parece que saludan desde lejos, esperando pacientes. Su único anhelo es ver a las personas felices. Con amor brindan los frutos, a quienes todo el año cuidan de ellos.

***

La temporada ha llegado a su fin, el ultimo olivo ha sido cortado, los hombres bajan de las escaleras, las lonas se levantan del suelo, y los sacos son llevados hasta las carretas, con alegría ven que, a pesar de las dificultades, otra temporada deja sus frutos, se sientan a descansar bajo la sombra de los olivos, y de un saco, sacan pan, queso y jamón. Una botella de vino es descorchada y entre dos, una fiesta se hace.

Ahora solo resta esperar que otra temporada de inicio, y que las fuerzas aún se mantengan, tal vez en la próxima, caras nuevas se asomen, y aprendan con entusiasmo las técnicas que han pasado de generación en generación, y así mantener vivas las tradiciones, con la esperanza de que aquellos días vuelvan, ya que muchos posiblemente no estarán, pero su espíritu seguirá recorriendo aquellos caminos, y su alma se convertirá en un semilla de olivo, la cual caerá al suelo, para convertirse en un majestuoso árbol.