278. Aceitunas verdinegras

Cántaro azul

 

Si en lugar de la manzana, simbolizáramos el pecado con un puñado de aceitunas, las imágenes de los famosísimos cuadros del Paraíso tendrían la piel con el tinte que distingue al fruto, en lugar de Adán y Eva pálidos, como si no vivieran en la naturaleza.

Veamos luego, Afrodita luchando contra Poseidón; diosa entre las diosas logró su cometido y pudo alimentar a los griegos con las mejores olivas, otorgándoles coraje y buena salud.

Romanos recogiendo la herencia. Ah, la Calabria y sus montes de olivo. Similares quizás al que cobijó al enviado y sus apóstoles en Jerusalén. Lágrimas de aceite debieron verter desde sus hojas grisáceas hasta sus troncos leñosos esos árboles.

Años más tarde los turcos, montando briosos caballos llevaban hasta Constantinopla su impronta; se mezclaron los olivos una vez más, en la nueva Bizancio fueron alimento y fuerza de dominio de una parte y sobrevivencia de la otra.

Cuando los moros toman Andalucía; morisca estirpe, hueso de aceituna que se vislumbra en la piel y el temple de las espadas, la tierra brinda su simiente y los cultivos se afianzan desde Jaén hasta Sevilla, sin olvidar a Granada.

Cuatrocientos años dejan improntas, modelan todo el sur de aquella Hispania, sangre gitana embrujada.

La cruz retoma la senda, la reina Isabel no se ataja. Con la cruz sobre las velas pone al mar tres carabelas, al poco tiempo hasta América llegan sarmientos de olivo que se adaptan a la tierra.

Ríos de aceite las venas de las provincias norteñas. Alimento sin igual para el pobre que acarrea la desgracia de sus penas; que se resumen en gloria cuando las muelas molturan el fruto de la cosecha.

Exhalando aceites vírgenes, en los tamices se quedan esperando otra prensada, aceitunas verdinegras.