277. Reivindicación gravitatoria de la oliva

Carlos Enrique Ayala Gómez

 

Las aceitunas –en asamblea general y observando el quorum estatutario– eligieron por unanimidad a una madura y diserta oliva de la variedad picual para que ésta representara al gremio ante los tribunales. Se acordó también que fuera asistida, en todo momento, por el Consejo de Sabios presidido por el milenario y mítico primer olivo que Atenea hizo surgir en Grecia; y, junto a él, cuatro sesquicentenarios olivos jiennenses.

El planteamiento de la demanda representó una tarea sumamente ardua, se requirió de interminables deliberaciones y una meticulosa selección de las pruebas acopiadas. Aun así, parecía utópico intentar rectificar una historia tan arraigada en la memoria global.

El objetivo era conseguir un pronunciamiento universal de la justicia que incorporase el reconocimiento de que fue la precipitación de una oliva –y no de una manzana– la que estimuló la imaginación de Isaac Newton y lo condujo en definitiva a formular la Ley de la Gravitación Universal. La confusión fue generada por un biógrafo que, en el siglo XVIII, negligentemente otorgó legitimidad a un manuscrito cuyos trazos gráficos distaban de la caligrafía newtoniana. Este documento fue luego declarado apócrifo.

Durante el juicio, se aportó el testimonio que bajo de juramento prestó el longevo olivo de la Universidad de Cambridge, bajo cuyo acogedor follaje transcurrieron extensas jornadas de lectura del científico. Este árbol fue testigo silente de sus cavilaciones gravitatorias a partir del desprendimiento de las olivas.

Una paloma, descendiente en línea directa de aquella que retornó al Arca portando una rama de olivo, halló la prueba decisiva. Se trataba de una página del diario perdido de Newton, escrita de su puño y letra y en perfecto latín. El párrafo segundo de este texto zanja cualquier duda y confiere a la oliva el protagonismo en la génesis de la célebre ley de la física.