275. Viviendo un sueño

Montse Domenech Garrido

 

Hoy, de nuevo me desperté llorando. Aturdida, dudando de mi realidad, sin saber muy bien donde estaba.

No te acuestes tarde, que mañana tenemos que madrugar de nuevo.

¿En serio? ¿Otra vez? Tengo muchas cosas que hacer.

Vendremos temprano, es solo preparar el riego. Luego las haces.

¿El riego? ¡¡Noooo!! ¡Sabes que lo detesto! Prefiero quitar hierba, sacar varetas o incluso recoger leña.

En verano, ¡qué quieres! Tendremos que regar si queremos tener aceite este año.

Casi pude escucharte como si me envolviera una nube de realidad, que cubría mi cielo con un presente esperanzador. Observé a mi alrededor y comprendí que seguía en casa. Me enfadé conmigo misma por dudar. Odiaba que mi subconsciente jugara conmigo de esa forma tan cruel. Me dejé caer sobre la cama lamentándome por mi destino, mientras me frotaba los ojos para secarlos. Por la ventana aún entraba la luz de la luna, tenía que darme prisa si quería llegar a tiempo.

Bajé las escaleras acariciando el pasamanos para guiarme. Hoy volvía a trabajar sola y no quería despertar a nadie. Cogí algo de fruta al pasar por la cocina, una botella de agua completamente congelada, mi camisa y tu viejo sombrero de paja. Otro día habría tiempo para un desayuno decente; una buena tostada de tomate bañada en aceite de oliva virgen extra, del picual. Ese de primera recolección que luce un verde pistacho y que te cautiva con su aroma a hierba fresca y tomate, ese que pica y se agarra a la garganta como a mí me gusta, acompañada con un café helado, para compensar el calor veraniego. Sabía que en un rato lo echaría en falta, que la flaqueza llamaría a mi puerta tras una jornada calurosa, pero necesitaba aprovechar las primeras horas del día. Esta vez no podía fallar y estaba prohibido rendirse.

Me dirigí con rapidez hacia el campo, estrenando mi carnet de conducir en tu furgoneta destartalada, que parecía estar en mi contra. Me sudaban las manos mientras intentaba girar el volante a pesar de su negativa y el pie del embrague me temblaba como si me estuviera examinando de nuevo. Imagino que serían las dudas de las decisiones propias, esas que tanto había deseado pronunciar y que ahora la mayoría de las veces sonaban ajenas en mi cabeza.

Al llegar a la linde, me sentí satisfecha, al menos esta vez tu reloj negro de muñeca parecía estar de mi lado.  Saqué la llave del contacto y la escondí donde me enseñaste, para no perderla entre cientos de olivos. La idea de sentirme victoriosa me impulsó a bajar del coche de un salto, pero los desniveles del terreno cubierto por piedras me hicieron tambalear. Nada es perfecto y esto es algo que todos deberíamos asumir cuanto antes. Levanté la mirada con rapidez, como si alguien me observaba en pleno acto de debilidad y en ese instante ver aparecer el sol entre las cumbres llenas de olivos, compensaba cualquier esfuerzo.

Por el camino, me había cruzado con algún que otro coche conocido. Algunos volvían tarde para irse a dormir, sin embargo yo empezaba el día demasiado temprano. Seguro que ellos si se habían esmerado en su desayuno, aunque fuese resacoso. No es ningún reproche. Simplemente es mi realidad. Siempre he creído que somos lo que vivimos y si pretendiera cambiar mi vida, no sería quien soy. De todos modos, trasnochar nunca me ha gustado, sobre todo sin un motivo importante.

Me recogí el pelo y lo protegí dentro de tu sombrero. Intentar salir desde debajo de un olivo y quedarme enganchada por el cabello en una rama, era algo que detestaba más aún, que pasar todo un día de aceituna con los pies mojados por la escarcha de las primeras horas de la mañana. Me cubrí con la camisa de manga larga para protegerme del sol y me encaminé hacia el río. Su olor a humedad y vegetación me hicieron recordarte durante aquellos domingos cocinando arroz en el campo. Las carcajadas y las bromas regresaron a mi mente como si se mantuviesen suspendidas en el aire como partículas de polvo.

El día anterior no había avanzado lo suficiente y hoy debía compensarlo. Como cada mañana, lo primero era inspirar con energía y convencerme de que podía lograrlo. Me dispuse a comenzar mi habitual batalla para conseguir agua.  No había lugar para el error, con este calor infernal regar la finca era mi prioridad.

El trabajo con agua en verano puede parecer muy agradable, sin embargo, para mí siempre ha sido el más laborioso y frustrante. Son problemas y problemas que se suceden constantemente. Es comenzar el día de trabajo sabiendo que van a derrotarte.

“Coge este cabo.

Tienes que atarlo fuerte al primer chopo.

¡Ya lo sé! ¡Lo estoy intentando!

¡¡Tiraaaa!!

¡Eso hago!

Déjame a mí. Si no lo atas bien, la corriente arrastrará la bomba del agua durante las lluvias del invierno y no tendremos como sacar el agua del río.

¡No sé qué es peor! El barro la tiene completamente atrapada. ¡Es imposible sacarla de aquí!

¡Venga, no te quejes tanto! Agárrate a la soga y baja conmigo. El barro no se come a nadie.

¿Y la corriente?

Tú no te sueltes. Yo la sacaré del barro hasta la orilla. Sólo necesito que la mantengas cogida, hasta que yo salga del río.

…¡¡No puedo!! Pesa demasiado.

Ya casi estoy. ¡¡Aguanta!!

¡Ayyyy! ¡Me resbalo!

¡¡Cuidado!! ¡No te sueltes! No te fíes de la corriente”.

Los comienzos de campaña de riego siempre son difíciles, pero para nosotros probablemente mucho más. Cuando tu equipo está desequilibrado es muy probable que algo salga mal. Para mí era muy fácil perder un zapato en el río, resbalarme y acabar de bruces en el agua o incluso necesitar días enteros para lograr mi objetivo, para lo que nuestro viejo motor de gasoil no solía ayudar.  De cualquier manera, el susto siempre te acompaña. Meterse en el río hasta conseguir que el agua subiera, forma parte de los recuerdos que guardo en mi rinconcito del olvido. Eran mañanas eternas, en las que hoy puedo reconocer, que me faltaba valor, que tiraba de tesón y me agarraba con uñas y dientes a tu confianza.

“Ya empieza a llegar.

Sí, la escucho pasar por la tubería.

¿Abriste las llaves de paso como te expliqué?

Sí, todas están al hilo de la tubería.

Pues siéntate un rato aquí. En la sombra de este olivo se está a gusto… Con los árboles del río no le da el sol en toda la mañana. ¿Comemos algo mientras? ¿Qué has traído?

Bocadillos de aceite y tomate, con queso.

¡Venga, dame el más chico! Seguro que tienes más hambre que yo después de tanta caída.

¡Yo no le veo la gracia! ¡Casi me caigo al río!

¡No exageres, anda! Te tenía cogida de la mano.

No me gusta meterme en el río. Me asusta la corriente y el agua está turbia, no puedo ver el fondo.

Pues cuando yo era un crío era donde nos bañábamos en verano. Acabábamos de trabajar en los olivos, ¡y al río!

¿Quieres que me bañe en el río?

¡No! Eso era antes. ¡Eres capaz de ahogarte! Mejor vamos a revisar el riego y con suerte nos vamos pronto a casa. ¿No tenías muchas cosas que hacer? ¡Pero no dejes ninguna oliva sin agua! Si no puedes conseguir que alguna se riegue me avisas. Este verano está siendo especialmente duro y la aceituna está arrugada. Con toda la carga que tienen este año necesitamos regar cuanto antes.

No te preocupes, si he podido sobrevivir al río, podré con unas gomitas de agua.

En unos días cogerán fuerza.

Esta parece que se está secando y aquella también, ¿qué es por el calor?

Ojalá una finca de olivar solo peligrara por la falta de agua. Puede ser alguna plaga, la sobrepoblación de conejos atacando su savia o el temido hongo, que prolifera con la humedad… entre otros.

Entonces, ¿mejor no regamos, no?

¡De eso no te libras! Será mejor que sigamos vigilando que el agua llegue hasta su destino. No querrás que tanto esfuerzo en el río sea en vano, ¿verdad? Y no te preocupes tanto, aún eres muy joven”.

Quisiera decirte que todo sigue igual, contarte que paseo entre tus olivos como siempre, disfrutando de la cosecha que promete una recompensa justa, mientras mis pies se cubren de tierra y mi piel comienza a quejarse, pero no es así. Ahora todo se tornó gris, más gris que nunca. Es cierto que el trabajo continúa, que los rituales afloran en mi memoria en el momento preciso, pero muy a menudo mis lágrimas caen rebeldes mientras me invaden los recuerdos durante el trabajo.

Ya nada es lo mismo. Ahora bajo al río y nunca cruzo la orilla. Ya no tengo quién me agarre de la mano si resbalo.

Hoy, de nuevo me desperté llorando. Esta vez caminabas, como siempre con paso firme entre tus olivos, ese sueño que cultivaste durante toda una vida para ti y los tuyos. El sol brillaba alto sobre nosotros, el horizonte se difuminaba por el calor y el cantar de las chicharras marcaba el ritmo de tu caminar… Yo te esperaba como de costumbre, para comenzar juntos el trabajo, pero nunca me alcanzabas. El desasosiego aparecía en mi rostro, pero tú dejaste escapar una sonrisa torcida para mí, ofreciéndome la comprensión que necesitaba…

 «¡Todo pasará!»… Pude leer en tu mirada. Hasta entonces, nunca imaginé que soñar pudiera doler tanto.

Reconozco que no aprendí lo suficiente, que no he sabido ocupar tu lugar. Y es que te fuiste demasiado pronto, papá.

Comprendí demasiado pronto, que no era al río al que tenía que temer.