
269. El sendero de las musas
El sol matutino hacía refulgir la cúpula que coronaba el monumental edificio como si fuera un espejo bruñido, desparramándose cual cascada dorada a través de sus arquerías y tejados. Aprovechando un hueco libre que había conseguido encontrar entre el gentío que abarrotaba las arcadas del Bastión de los Pescadores, contemplaba desde aquel lugar de privilegio las espléndidas vistas del edificio del parlamento al otro lado del Danubio, su barroca y estilizada arquitectura. “¿Qué mejor sitio que éste para volver a tener un emocionante reencuentro?”, pensó con optimismo. Después, paseó un buen rato por los alrededores, admiró los imponentes edificios del palacio real, disfrutó de un largo recorrido a través del recinto de la muralla. Secretamente, esperaba que fuera a aparecer de un momento a otro pero el tiempo pasaba y al final se resignó; a pesar de los prometedores indicios iba a ser que no otra vez.
Ella siempre había sido alguien muy especial: o aparecía de improviso o tenía que esperar encontrarla allí donde intuyese que haría un repentino acto presencia, como una inesperada y grata sorpresa. Cierto es que muchas veces había señales furtivas, pistas escondidas, mensajes de doble sentido que anunciaban su inminente llegada. Más en los últimos tiempos pareciera ser que le esquivaba, que se había desvanecido no ya el amor sino esa comprensión y afecto que da el trato cercano, los triunfos conjuntos, la fructífera colaboración que crece y madura a lo largo de los años.
Ahora, rememoraba cada instante de aquel momento en se cruzaron por primera vez hace unos años. Se encontraba amodorrado en su asiento y el vuelo discurría plácidamente sin turbulencias de ningún tipo, cuando presa de una extraña sensación se asomó por la ventanilla. El inesperado espectáculo le dejó maravillado; sobrevolaban sobre una compacta capa de nubes que en vez de su habitual aspecto deshilachado parecían esculpidas con una nitidez increíble, recreando un paisaje irreal sobre las alturas. Aquí y allá, los cambios de tonalidad y textura dibujaban montañas, lagos, llanuras y colinas, donde de cuando en cuando destacaba una espectacular fortaleza como centinela de aquel reino fantástico. Y sobre aquella inenarrable vorágine de fantasía apareció ella, irreal, atemporal sonriente.
—¿Volvería estar a su lado?
Solo fue un susurro que se hizo para sí mismo, pero la suave brisa matinal, cargada con todos los aromas y perfumes de la primavera, pareció amplificar las palabras, haciéndolas deslizarse por las venerables piedras que tanto habían visto y levitar sobre el mar de columnas que le rodeaba. Ahora, sentado en una terraza bajo el sol tan propio del Mediterráneo, reflexionaba; quizás ya no volvería a sentir su presencia en mucho tiempo. La fase de aceptación comenzaba a abrirse camino.
Creyó que llegaría a entrever, ahora sabía que fue más por desesperación que por auténtica certeza, indicios de su presencia en las sagradas ruinas de la Acrópolis de Atenas. Después del fiasco de Budapest, se le ocurrió que en el escenario donde Atenea y Poseidón se disputaron el dominio de la cuna de la cultura occidental ofrecería prometedoras perspectivas Y hasta allá que fue; cruzó con emoción contenida la monumental entrada de los Propileos, vagó toda la mañana entre las columnas del Partenón, esperando, sintiendo algún indicio de que estaba allí. Con el corazón alborozado le pareció percibir su silueta entre los luces y sombras que teñían las cariátides…más fue en vano y no consiguió siquiera percibir su presencia para volver a recorrer juntos su camino, el camino de las musas.
Compungido, apesadumbrado, contemplaba la silueta de la Acrópolis desde su sitio pensando en el largo camino de vuelta, sin saber bien como afrontar los próximos pasos a seguir. Como buen conocedor de la vida y sus recovecos, decidió aparcar tan áspera cuestión hasta que hubiera llegado a casa. Ya habría tiempo para las lamentaciones. Así que decidió prepararse un contundente aperitivo y, dicho y hecho, esparció una generosa cantidad de aceite de oliva por una crujiente tostada.
Observó el dorado líquido resbalando por los bordes y empezó a saborearlo lentamente, sintiendo en su paladar toda una constelación de sabores y sensaciones rivalizando entre sí. Fugazmente, volvió a verse una hora antes recorriendo los cuatro puntos cardinales de la Acrópolis, siguiendo las huellas de Pericles bajo las columnas del Partenón, las luces y sombras del sol sobre el Erecteón. Si, ese peculiar templo sostenido por gráciles estatuas le cautivaba especialmente.
Escudriñó más en sus recuerdos. ¿Por qué le interesaba tanto ese monumento mítico, así de repente? Recordó la historia de su fundación, al parecer fue el escenario crucial de la batalla sobre el dominio de Atenas entre Poseidón y Atenea, las poderosas deidades del Olimpo. Como colofón a aquel mito, aún se podía ver en la roca la hendidura del tridente del dios del mar y un olivo, la dádiva de la diosa de la sabiduría, el regalo divino que le hizo ganar el cetro de Atenas. El olivo….una idea fue tomando cuerpo en su mente. ¿Sería posible que…? Acabó de terminar su contundente almuerzo y se decidió al fin, inundado por una agradable sensación de certeza; quizás era hora de volver a casa.
Un par de días de días después, finalmente se encontraba aquí, en su tierra, en sus raíces, contemplando la explosión de fecundidad que la primavera extendía sobre los océanos de olivares que le rodeaban. Una sensación de magia creadora se desparramaba por el ambiente y favorecía el dejarse llevar de nuevo hacia aquellas aventuras y afanes que ultimadamente jalonaban sus pasos por caminos y veredas a lo largo del mundo, siempre en busca de ella, siguiendo el sendero de sus pasos, el que descubría la senda de las musas.
Mientras el viento agitaba las ramas de los olivos, las remembranzas del pasado. Volvieron con fuerza. Después de aquel primer encuentro, tan cerca de los cielos, volvieron a cruzar sus destinos cuando el atardecer teñía de anaranjado las monumentales paredes pétreas de una peña que se hundía a pico entre la espuma plateada del Cantábrico. Mientras contemplaba absorto el paisaje y como en la mejor novela romántica, justo cuando el último rayo de sol se volvió esmeralda, allí apareció de improviso como un relámpago rasgando las nieblas del crepúsculo…y ya si que supo de verdad que su vida no sería la misma.
Como no podía ser de otra forma, la relación que siguió fue indescriptible, apoteósica, procreando valiosos y fructíferos logros. Ella hizo aflorar lo mejor de si mismo, le ayudó a plasmarlo, auténticas maravillas fueron creadas. Más allá de las connotaciones sentimentales, eran un equipo formidable pero había unas condiciones. A veces, se ausentaba por largos periodos de tiempo pero el rencuentro siempre llegaba y no podía siquiera concebirse que la ausencia pudiera volverse perpetua.
Los acontecimientos se sucedieron como un torrente incontenible: se abrazaron bajo las auroras boreales más allá del Círculo Polar Ártico, la vio pasear a la sombra de las pirámides de Meroe, reflejándose en las aguas del Nilo. Más empezó a notar que cada vez se espaciaban, sin prisa pero sin pausa, aquellos momentos aunque fueran los suficientemente duraderos para saborear toda su intensidad. Y, como suele pasar, entonces llegó la tormenta cuando menos se esperaba, sacudiendo e incendiando los cielos con sus truenos y relámpagos.
La necesitaba más que nunca para culminar su obra cumbre, la que le consagraría definitivamente, la coronación de sus anhelos. Y hete aquí que sin más… ella desapareció. Al principio no se inquietó; era de rigor que a veces se ausentase largo tiempo para que, fiel a su estilo, apareciese de golpe para transmitirle toda su fuerza y energía. Más ya eran muchos meses los que pasaban sin pista alguna ni indicio visible; solo la nada, el vacío absoluto. Poco a poco, en una secuencia que no por ser lógica resultaba menos desesperante, empezaron a sucederse el desconcierto, el temor y por último la resignación. Si al menos lo hubiese sabido, hubiera saboreado más y mejor la última vez que recorrieron la senda.
La búsqueda estaba siendo larga pero el problema no era monetario; a fin de cuentas tenía ciertos recursos, incluso para permitirse una época sabática. Más bien el agotamiento mental era lo que le estaba haciendo mella. Estaba firmemente convencido que, primero en Budapest y luego en Atenas, por fin lograría verla de nuevo pero solo quedó el amargo poso de la desilusión e impotencia. Ya entonces empezó a ver claro, con dolorosa certidumbre, que quizás debería dedicarse a otra cosa; sin su ayuda no tenía ninguna oportunidad razonable de lograr seguir con certeza los pasos de las musas, que era lo que de verdad deseaba sobre todas las cosas.
Volviendo al presente, el verde esmeralda de los olivos se fundía en una acuarela vital con los demás colores del campo, derramándose como una catarata multicolor por doquier. Se sumergió por unos instantes en aquel océano de sensaciones, dejándose llevar por una calma suave y persistente…una decisión comenzó a tomar forma.
No era joven pero tampoco viejo, podría dedicarse a otra cosa. Sabía que no llegaría a ser tan bueno sin la ayuda de ella pero ya muchos logros jalonaban su camino; nada había que demostrar. Que su gran proyecto no pudiera tomar forma puede que fuera el precio que los hados exigían a pagar por todo lo conseguido anteriormente. Pero justo era reconocer que seguía bajo el hechizo de la senda, quería volver a recorrer ese camino. Miró al cielo, salpicado allí y allá de pequeñas nubes en forma de copos de algodón. No recordaba haberlo visto nunca con un azul tan intenso.
Se acercó a uno de los olivos y acarició las hojas entre el ramaje, que en unos meses estaría cuajado de aceitunas. Le pareció sentir la fuerza de su tierra, el palpitar de la Madre Naturaleza. Y entonces lo supo, se le erizaron los cabellos, sintió esa sensación tan especial en el estómago.
—¡Qué poca fe tienes en mí!—. Él sonrió mientras intentaba evitar un suspiro de alivio. Ante él, por él, allí estaba después de tanto tiempo.
—No puedo negarlo, creí que ya me habías abandonado—fue la respuesta tras unos momentos de silencio. Pensaba hacer un discurso solemne, mitad reproche, mitad agradecimiento pero decidió dejar fluir libremente sus sentimientos. Continuó con una voz no tan firme como hubiera querido.
—Sé que te debo mucho, quizás todo. ¿Te alejaste porque considerabas excesiva esta nueva aventura que quería emprender contigo?
—Sabes de sobra que soy así. Aparezco y desparezco sin ninguna lógica. A veces te doy pistas para que me busques y hacer nuestro encuentro más intenso y vital después de la larga e insoportable espera. Pero reconozco que esta vez si que me he hecho de rogar.
. —Estaba más que preocupado, lo admito, pero casi me había resignado. ¿Sabes que sin tu ayuda es imposible hacer realidad tantos sueños, tantos anhelos que esperan ver la luz. El camino de las musas tiene aún mucho que ofrecer
Calló un instante y se oyó a si mismo casi implorar la pregunta tan temida.
—¿Me enseñarás de nuevo la senda?
—¡Claro que sí!, no se sería justo por mi parte el fallarte en este momento Pero aprovecha; ni yo misma sé hasta cuando permaneceré .No pongas ese mohín de disgusto, estoy segura que seremos un equipo genial, como siempre.
Él suspiró e intentó disimular su profundo alivio. Aunque ella siempre le leía el pensamiento, ¡qué menos que aparentar un poco de dignidad! Dudó porque unas palabras más pugnaban por salir de su boca.
—Lo cierto es que no pensaba encontrarte por aquí—murmuró—. Estaba seguro que nos fundiríamos en un abrazo en Budapest, en un ardiente beso en Atenas pero a veces uno no para de dar vueltas sin llegar a ninguna parte, hasta descubrir que su objeto del deseo está justo al lado.
—¡Ay cariño! ¿A estas alturas no sabes que yo puedo manifestarme en cualquier momento y lugar? No hacía falta que me buscases por los confines del mundo, aunque reconozco que a la vera del Danubio era un sitio bastante encantador para nuestro deseado reencuentro…pero así son las cosas y lo que importa es que estamos juntos otra vez. Y no te quejarás del sitio al que te he traído. Aquí entre el océano de olivos, donde se hunden las raíces de nuestra cultura, estoy más que segura que conseguirás uno de tus mejores logros. Me atrevería a decir que va ser el más deslumbrante de todos. Ella señaló a la arboleda con un gesto enérgico.
—Aquí tienes de nuevo la senda de las musas—susurró mientras se desvanecía entre finas volutas que se difuminaban bajo los rayos del sol.
La brisa volvió a agitar las ramas de los olivares, pareciendo articularse en palabras, no de despedida sino de un “hasta luego”.
—Disculpe, me pareció oírle hablar con alguien pero habrá sido el viento porque veo que está solo—dijo una voz a su lado.
Se volvió y vio a una persona mirándole con interés, la cual después de un breve momento de vacilación continuó hablando.
—Por cierto, me gustan mucho sus obras y si no es indiscreción, ¿para cuando piensa publicar su próxima novela?
Antes de contestar, miró una vez más el idílico paisaje y sonrió. Ahora que volvía a caminar tras las huellas de las musas, por fin estaba en condiciones de crear una novela magnífica, colosal, su obra cumbre. Después de muchos meses de desencuentro, la inspiración, más magnífica y poderosa que nunca, había vuelto a concederle el placer de su compañía y enseñado el camino.
—Gracias por su interés—respondió—. Aún es pronto pero lo que sí puedo adelantar es que estará ambientada entre olivares.