
263. El canto de una amistad centenaria
Era una bonita mañana de primavera, había llovido, ahora relucía un sol radiante en el campo, adornado por la Jara y amapolas.
Yo, inmóvil, con una leve brisa acariciando mi rostro, podía ver filas de árboles de anchos troncos. Me pregunté: “¿qué soy?”. Se escuchaban murmullos diciendo: “hermosa tierra debe ser Andalucía”. Era un alegre pájaro y le pregunté: “Hola, ¿Cómo se llama, también soy un pájaro?”, a lo cual me contestó: “Me llamo Bellerín y no, eres una bonita flor de color blanquecino, te convertirás en una aceituna, símbolo de tu tierra, Andalucía. Así, felizmente se alejó. Ojalá vuelva pronto, pensé.
Tras dos semanas, los pétalos comenzaron a caerse a los pies del árbol y la pequeña aceituna se abría paso. El verano fue sofocante, sin lluvias y el olivo se alimentaba por un gotero que levemente refrescaba sus raíces. Finalizada la época estival, con el rocío la hierba tomaba presencia.
Se aproximaba la recogida, era un pequeño olivar y siempre se realizaba a mano para no dañar el árbol. De nuevo, a lo lejos se escuchó un dulce cantar. Sí, era Bellerín que se posó sobre la rama de nuestra aceituna, provocando su caída. Para salvarla, preso del pánico, la agarró para llevarla a un lugar seguro. Eligió la cima de una montaña con un atardecer precioso, tras pedirle perdón una infinidad de veces. Dejándola en el suelo le prometió volver a visitarla el próximo año.
Tras un año inquietante, visitó a su amiga, creyendo que la encontraría en el mismo lugar donde la dejó aquel día. Sin embargo, para su sorpresa, en su lugar se abría paso un pequeño olivo. Desde entonces, el pájaro acude cada año para cantar el recuerdo de aquella flor, que prosperó como un olivo en el sitio más privilegiado del mundo, Andalucía.