258. El olivo enamorado

Swapna

 

No tengo memoria de dónde nací ni de mis primeros meses de vida. Vagos recuerdos de un jardín, rodeado de otros como yo, alineados y uniformados.

A los dos años dormía en una nave y por el día en la calle al sol, la lluvia o el viento. Siempre he preferido la energía que me daban los rayos del astro rey, el calorcito cosquilleándome por todas partes.

Enseguida me llevaron hasta un lugar al aire libre. Cielo y tierra. Me tuve que acostumbrar a un frio intenso y a un calor extremo. Estaba débil, me pelaba, me marchitaba.

En primavera, me di cuenta que un hermoso ejemplar similar a mí, apenas a dos metros, se movía seductoramente.

Cada vez más frecuentemente acudía a regarnos una humana. Acaricia nuestras hojas y nos hablaba bajito. Sus visitas me insuflaban de un poderoso vigor. Le oí decir que mi amigo era un almendro.

Curiosamente empezamos a florecer a la vez, aunque mi vecino no tenía ni una sola hoja. A mí me resultaba muy atractivo. Creo que nos gustábamos. Me lanzó una hermosa flor ayudado con el viento que justo se posó encima de una de mis flores. Un escalofrío recorrió mi tronco. Era nuestro primer contacto, como nuestro primer beso. Cuando la dirección del viento cambió, yo le envié una de mis flores que el acogió en sus ramas.

Luego el almendro empezó a llenarse de hojas y una rama crecía de forma espectacular hacia mí. Mi savia duplicó su actividad para que otra de mis ramas se dirigiera en su busca.

Desde entonces seguimos así, entrelazados, para asombro y admiración de todos, generando aceitunas más blancas y crujientes y almendras verdes carnosas.

Nos hemos acostumbrado a este lugar, rodeado de palomas, rapaces y otros árboles. Somos felices aquí.