
251. El tesoro
El ramón picado crujía bajo sus pies. Cronch, cronch, cronch, un, dos, tres pasos, me agacho, busco y vuelvo a empezar. El cálido sol de finales de marzo acentuaba el olor amargo, como de hierba recién cortada. Cronch, cronch, cronch, un, dos, tres pasos, me agacho, busco y vuelvo a empezar. De vez en cuando, una ramita atravesaba la suela desgastada de sus zapatos, y el pinchazo le hacía perder la concentración. Cronch, cronch, cronch, un, dos, tres pasos, me agacho, busco y vuelvo a empezar. ¿Le daría tiempo a revisar todas las alfombras verde plata que se extendían por las numerosas calles del olivar? Cronch, cronch, cronch, un, dos, tres pasos, me agacho, busco y vuelvo a empezar. Le parecía una misión hercúlea, pero esto les cambiaría la vida. A sus tiernos ocho años era perfectamente consciente de la dureza de subsistir con el jornal del campo. Cronch, cronch, cronch, un, dos, tres pasos, me agacho, busco y vuelvo a empezar.
Empezó a desesperarse. Tras horas rastreando, nada había encontrado que pudiera parecerse ni remotamente a un tesoro. Lamentó no haberse llevado a Bimba, su perrita de aguas. Ella seguro que lo habría encontrado ya. Cronch, cronch, cronch, un, dos, tres pasos, me agacho, busco y vuelvo a empezar. Seguiría buscando, aunque lo hiciera sola. Si lo encontraba, todos sus primos podrían venir a su Comunión. Cronch, cronch, cronch, un, dos, tres pasos, me agacho, busco y vuelvo a empezar.
Si la abuela lo había dicho, tenía que ser cierto: “en esta casa no entrará más oro que nuestro oro líquido, y nosotros mismos lo sacaremos del olivar”. La pequeña Tíscar ansiaba ayudar a su familia; trabajaría duro, como ellos. Quizás fuese a por Bimba. Cronch, cronch, cronch, un, dos, tres pasos, me agacho, busco y vuelvo a empezar.