25. El amor de mi vida

Dimitriv Chávez Fujishiro

 

No podría imaginarme yo que, en aquella cafetería, encontraría lo que, más tarde, me haría el hombre más feliz de este mundo. Estaba sentado, leyendo las noticas, sin reparar en los transeúntes que pasaban y se detenían, algunos, a tomar un sorbo de alguna bebida o picar algún bocadillo.

Era un día como cualquiera. El sol calentaba las pequeñas mesas del lugar, iluminando, a su vez, el interior del modesto local, a través de los cristales de las puertas. La cafetería exhibía su nombre en un cartel que colgaba sobre la fachada: “Oliva”. Quizás se llamaba así porque todo y cuanto se servía en el lugar: cócteles, aperitivos, cremas y aliño de ensaladas… todo, estaba elaborado con ese exquisito manjar, el aceite de oliva virgen extra.

Yo mismo me había vuelto adicto y acudía todas las mañanas para saborear un cóctel Virgin Mary y comer un serranito. Levanté la mirada por encima del periódico y pude verla por primera vez. Tantas veces visitando ese lugar y jamás había reparado en ella. Estaba sentada, sola, disfrutando de unas aceitunas marinadas. Yo la miraba de vez en cuando, muy sutilmente, para no llamar su atención y sonrojarla. Hubo un instante en el que coincidieron nuestras miradas y, entonces, Cupido atravesó nuestros corazones. Yo le hice un gesto, como de aprobación, con la cabeza y ella me respondió con una tímida sonrisa. Me levanté de mi sitio y caminé hacia su mesa. Le pedí permiso y ella asintió con la cabeza. Me senté a su lado. Charlamos durante un rato. Han pasado veinte años. Yo sigo prefiriendo el Virgin Mary y ella, sus aceitunas marinadas. El habernos conocido y tenerla como esposa, se lo debo a ese lugar y al infinito gusto de ambos por el aceite de oliva.