249. El luju del olivo

Suspiro lacerante

 

Yarakatana arde de deseo, aquella noche seria la cita con el estupendo gladiador, de músculos perfectos y mirada ensoñadora, alucinaba que, con su espada, cortará su vestimenta y la golpeará, jalando el cabello, arrastrándola a los aromáticos cojines, perfumados con el suave olor de las flores de olivo, mezclados con vainilla, para dulce apareamiento.  

El espartano llego sobre el robusto caballo, su capa de fondo rojo, flamea con la luz de la antorcha, noche oscura, perfecta para la chispa de vida, sus pisadas resonaron las brillantes lajas del piso, en sus manos portaba un cofre de plata. 

La curiosidad le ganaba, quería abrir, aún sin consentimiento, él detuvo su mano, colocando en ella la pulsera verde, diciéndole que la traía del Asia, tejida con hojas secas de un árbol aceitoso, con fruta deliciosa. 

En silencio y sorprendida, trato de besar sus labios, tomar su mano, se alejó, moviendo su cabeza, tengo que confesarte un secreto 

-Me quemo y siento vergüenza ante ti, no te puedo cumplir -dijo con voz fina de mujer Rutelio. 

-!Oh, qué dices! -dijo con rostro de incredulidad Yarakatana 

Rutelio se sentó en los cojines, tapando su rostro y alejando el cirio e incienso, en la penumbra hablo a la damita. 

Solo te ofrezco esto y la forma de contentarte, ella abrió el cofre, encontró aceite de oliva y su fruto .

-Aceitunas, aceitunaaaasss, de todos los matices.

-Aceptas, las uso, no te arrepentirás.

Con solo un velero, entre cortinas inicio esparciendo suavemente el aceite, iba absorbiendo gota tras gota, labio contra labio jugando con la lengua, apretando la aceituna, las introdujo en la zona oscura de la hembra galopante, succiono hasta que gritaba de placer pidiendo más, más. Totalmente engrasada, resbalando de frenesí. 

El espartano castrado marchó sin mirar atrás.