245. El reloj del olivar

José Gálax Céspedes Elguera

 

-A este sagrado campo, fue mi madre, quien para salvarme, me trajo en manos-. En risueña nostalgia y con sonriente corazón, narraba mi abuelo a la familia-. Ingresando la venturosa primavera, dispuso a este suelo para nuestra lar-. Satisfecho, partió unas horas más tarde al más allá.

Simpático me es escuchar “sagrado”, yo solo repito su uso. Luego del suceso caminé entre los macizos troncos de los viejos olivares preguntándome del hecho que valiera salvarle la vida a mi abuelo en su párvula edad. No es reciente mi curiosidad, recuerdo sus palabras a mi reiterativa pregunta pasada: -La respuesta está ahí, con realidad y simbolismo.

La semana transcurrió tranquila, como la partida de mi abuelo, sabiendo que amenamente vivió y se preparó a esa partida gracias a un anuncio misterioso. -Mi tiempo está fijado -expresaba complacido mi abuelo mirando en la colina al atardecer horizonte sobre los olivares.

Recuerdo su mano señalando al olivar más viejo de todos, el único en su llegada, en una colina con ligera distancia del resto. Él decía: -Reposar sobre esas tímidas raíces refugiadas en la sombra, es magnífico-. Mi madre contaba de lo inusual de ese espacio, donde mi abuelo descansaba o, trepando, desaparecía entre las ramas, retornando a casa con un jubiloso ánimo juvenil.

Mis tardes imitaron a las de mi abuelo, conduciéndome al lecho del olivar, afable brindaba frescura para esas horas de tregua del trajín diario. Dormir en un segundo y despertar renovado en el otro. Luego en casa, mi madre comentaba extensamente acerca de mi abuelo y el pasado.

Un día de la cosecha, tuve que suplir a un par de trabajadores que enfermaron. Aprecié estos magníficos árboles de cuantiosos años, dispuestos sobre una amplia planicie afable por las caricias diarias del sol. Ni mi tatarabuela ni mi abuelo fueron agrónomos, ni habían cultivado antes, pero perfectamente poblaron de olivares este espacio. Sus conocimientos fueron depositados en nosotros, su linaje, y éramos ávidos aprendices, con énfasis de mi madre a la cocina y sus impresiones saturando mis oídos cada nada.

Me dirigí al primigenio olivar, lo toqué y el cansancio, paradójicamente, me impulsó a recostarme en su base, sin llegar a conciliar sueño instantáneo. Las hojas danzaron con un ilógico crepitar de las ramas al son análogo de un cercano y lejano tic tac. Quedé dormido.

El viento murmuraba temores bajo el escurrir de las motosas nubes. Una señora con su pequeño hijo en brazos avanzaba por el llano hasta llegar a un árbol frondoso gustoso de acogerlos. Tenían pocas provisiones y algunas golosinas, las preferidas de su retoño. En este sueño, reconocí al olivar donde reposo, en aquel árbol. Nunca vi a mi tatarabuela en persona, pero sé, es ella. Las imágenes oníricas prosiguieron con ese paisaje altamente sonoro de borrascoso clima, las golosinas fueron sacadas de sus envolturas y dispuestas a la tierra en agradecimiento. Una silueta indistinguible de una persona apoyada del olivar, mencionó: -Estas hojas recuperarán la salud de tu hijo.

Impresionado desperté por el ladrido de los perros en la distancia. La realidad del sueño, fue impactante. Un suave tic tac fue desapareciendo en el aire.

Reflexivo en el pasado y futuro llegué a casa para preguntar a mi madre si sabía cómo se había recuperado mi abuelo en su infancia. Ella besó mi frente y con unas palmaditas en la espalda me indicó que la siguiera. Frente a la puerta, sentados en los sillones recibimos el desenlace del atardecer. Plácidamente expresó, lo que tantas veces escuché antes con desinterés, ahora, mi mundo sensible se dispone a aprensar toda idea manifestada:

-Verás, tu abuelito tenía el pronóstico de muerte por desconocimiento del tratamiento a sus múltiples afecciones. Ningún médico logró atenuar las continuas apariciones de lesiones en su piel; enrojecimientos ardientes cual heridas expuestas, irritaciones en la garganta, fiebre, dolores de cabeza y mareos. Pueda ser que para la ciencia de hoy sean pequeñas afecciones, pero para ese año bordeando el 1900, fue complicado. Mamá Analy, tu tatarabuelita, contaba de un sueño impulsando su viaje, era de un paraje iluminado por un árbol sobresaliendo de entre la verde llanura. Dibujada la esperanza en sus ojos, partió sin rumbo preciso y, bajo el crepúsculo tormentoso, a punto de rendirse, halló al viejo olivar. En la mañana siguiente empezó a realizar diferentes preparados con las hojas del olivo. Para el desayuno, almuerzo y cena, fueron el ingrediente principal en la alimentación de tu abuelito.

Con un suspiro reflexivo posó a sus ojos en el maduro árbol, y dijo: -Sabes, el cuerpo humano tiene alta tolerancia a la ingesta de esas hojas. Refieren que tu abuelo fue mejorando con esa dieta, pero cuando mamá Analy llegó con unas botellitas de diseños curiosos, con tamañito no mayor a dos pulgadas, llenas de aceite de oliva para tu abuelito, se completó la sanación de mi papá. A este tiempo, hemos imitado ese diseño para nuestro aceite de oliva extra virgen.

Con una risa de ojos cerrados y apoyando su quijada a su hombro izquierdo, continuó: -De niña, me causaba mucha gracia escuchar de esa dieta, con jocosa emoción, llegué a llamar a mi padre como Prays oleae, plaga del olivar consumidora de hojas y brotes. Más aprendí, con la curiosidad de mis años, a valorar a ese árbol. El aceite de oliva tiene oleocantal, antinflamatorio natural tan bueno como el ibuprofeno descubierto en 1962 por Antonio Ribera Blancafort; tuvimos esta maravilla de la sabia naturaleza en nuestras manos. Aparte, tiene también entre otros componentes, oleuropeina que es un antioxidante y reductor de colesterol malo. Además es hipotensor, hipoglucemiante, antifúngico, y actualmente es usado para irritaciones de garganta, fiebre, presión alta, justo los problemas de tu abuelito, pero también lo emplean en la cistitis, la gota y en términos generales, mejora la salud sustancialmente.

Ay hijito, aún me es un misterio de dónde supo tanto tu tatarabuelita, o cómo consiguió ese aceite de oliva, si aún no era época de cosecha del viejo olivar; no tenía aceitunas, equipo para su obtención, mucho menos había poblado cerca- pensativa, tomando su mentón, prosigue: -Son de antaño las atribuciones entre mitos sobre el olivar, los mismos romanos lo denominaron “Olea primum ómnium arborem est”, y significa el rey de los árboles, incluso está presente en varios sucesos de la historia de Jesucristo. Lo cierto es que, gracias a ese árbol, estamos aquí, y emplear todas estas hectáreas a la plantación de olivo, nos dio bienestar así como al pueblo cercano, incluyendo lo económico.

Escuché atento, y tras abrazar a mi madre, me dirigí nuevamente al olivar. Las hojas recitaban una bienvenida, el aire fresco en mi rostro alegró mi sentir. Estoy posado en el olivar, miro el cielo y el tintinar de las estrellas replican el tic tac que es lejano y cercano a la vez.

El nuevo descanso invita imágenes del pasado. Mi abuelo sentado en la protección de este árbol, contemplaba los olivares plantados por su madre y él. Suavemente sonó el tic tac hasta alcanzar notable presencia. La visión dispuesta fue distorsionándose para cegarse por una brillante luz, y reencontrar un nuevo momento. Estaba la familia reunida, mi abuelo recostado en su cama esboza una leve sonrisa, pero, mi abuelo, en otra expresión individual de él, observaba atrás de todos sin nadie notarlo. A unos pasos alejado de las espaldas, yo, apreciando la duplicidad de mi abuelo junto a la familia, donde lo escuché decir: -Así será el momento anunciado-. Ninguno se inmutó, solo yo escuché a mi vuelo en pie. Igualmente, nadie me ve, ni me sienten, pues camino delante a ellos y no se inmutan, les toco y no reaccionan.

Contrario a mí reacción de susto por los lengüetazos de los magnos perros guardianes sueltos en los campos de noche. Quise retornar al sueño, sin éxito. Respiré profundamente al conformismo, y fui a casa.

Busqué en mis siguientes días el refugio del viejo olivar, con el retorno a la instantánea siesta de horas, con ausencia de recuerdo del ensueño, con la percepción de un breve parpadeo haciendo de puente de mi lucidez al pre y post de las horas transcurridas.

En una mañana, el mejor amigo del abuelo llegó del extranjero para visitar a la familia y dejar las respectivas condolencias. Recuerdo haberlo visto de niño, siempre riendo entre las conversaciones con su entrañable camarada, pilar familiar nuestro.

Por estar atendiendo el cuidado de los olivares, llegué de último a saludarlo, y él, con una venia singularizó su saludo a mi persona en relación del resto. Entusiasta al verme, dijo: -Tú fuiste. Si, fuiste tú y, gracias al sagrado olivar luminoso-, perplejos no logramos emitimos palabras al rápidamente continuar de él con el tema de sus regalos a nosotros, así como unos sfogliatelle para merendar.

Con afectuosa despedida terminamos la placentera tarde de tertulias abotagados por la manducada a exquisitas comidas preparadas.

Nostálgco fue recodar al abuelo, y encaminé rumbo al sitio preferido nuestro. Me tumbé a los pies del viejo olivar. El vaivén del viento era péndulo del tic tac aproximándose y retirándose de mis sentidos. Duermo. Puedo nuevamente estar consciente en la ensoñación, advirtiendo a mi abuelo, en edad adulta, distanciada no más de dos años a su edad de partida, y delante una silueta de un joven aún indistinguible a mis ojos, con el olivar resplandeciendo suavemente. Pude comprender estas palabras: -Será junto a la familia, todos reunidos, en casa. Morirás en tranquilidad porque lograste plenamente vivir-. Seguido a ello, todo se distorsionó en espiral para vislumbrar la escena de mi tatarabuela terminando de enterrar las golosinas. Ella me mira y saluda amablemente. Es la primera en verme en estas experiencias oníricas bajo el olivar. Levemente boquiabierto, en silencio un par de segundos, hasta estremecerme ante el estruendo de un trueno; me apoyo al olivar para no caer de la sorpresa. Están empapados. Atino a responder el saludo gestualmente, más digo con escepticismo de hablar con ella: -Estas hojas recuperarán la salud de tu hijo-. Replicó en el olivar un tic. El tiempo disminuyó su velocidad. Concibiendo la proximidad del fin de esta escena, desesperadamente recité cual trabalenguas, los diferentes platos de comida aprendidos por mi madre, las diferentes propiedades de las hojas de olivo y antes de terminar. Un tac calmo pero potente, desencadena las sucesiones de varios tic tac. Todo frente a mí desaparece ante una intensa brillante, únicamente queda el olivar a mi costado. Despierto estupefacto, lágrimas fuera de mi control empapan mi rostro, mi corazón bombea desconcierto, mi mente sabe que tardará en digerir estos hechos, pero ahora resalto completamente el valor del sagrado olivar, y añoro resguardar, a este sagrado campo.