236. El bolsillo del santo

Sara Lucas

 

¿Por qué cuando más se necesita proceder con lucidez algunos seres humanos obtienen lo contrario? ¿Por qué el hecho de pensar por sí mismos no nos hacen libres? ¿Por qué no volver al viejo bosque del olivar y hallar la bolsita del santo moreno? Se preguntaba Alonso Grimaldo intrigado con la narración de la abuela Angustias, sobre el bolsillo del santo enterrado en el olivar. La cariñosa anciana le daba cuenta a su nieto que en su juventud fue una de las pocas muchachas que se atrevió a recorrer el olivar por sí sola sin mucho éxito. Eran muchas las historias y pocas las certezas en relación al mito del señorío Guática, ya que así se llamaba la vieja finca que contenía el olivar. La gente se la pasaba el día entero cavando en los lugares más remotos del olivar aspirando a encontrar el “guardadito” del santo, que se entendía estaba en algún punto específico de las 11,400 hectáreas del bosque olivo. Un bosque al que se le incorporó desde 1945 la laguna de los novios, porque muchas parejas encantadas por la construcción artificial de la laguna junto a los árboles de olivo, las usaban como escenario natural para adornar las fotos. Este pequeño detalle le hacía pensar a Alonso que quizás a lo largo de tantas décadas, el guardadito del santo ya hubiera sido hallado. ¿Pero si no? ¿Si la pequeña fortuna hecha monedas de oro sólido con los primeros grabados españoles aun persistían en el tiempo y espacio bajo las raíces de un olivo? ¿Podría darse el caso y comprobar in situ que no era fábula el afamado bolsillo del santo escondido entre el olivo? Poco o nada había qué perder. Pensó sobre la marcha en lo que podría ganar y la trascendencia inmediata que tendría hacerse de unos cuantos doblones de oro, y revaluar el bosque del olivo agregando un espacio para recorrer la ruta del oleoturismo que deseaba implementar. La idea consistía en observar la forma en que se produce el aceite de oliva y sus propiedades beneficiosas para la salud. Con ello obtendría la notoriedad indispensable para postular al sillón municipal, precedido por un buen antecedente utilitario y cultural. Total, él sabía que como candidato reconocido a la alcaldía los auspicios vendrían solitos y tocarían a su puerta. Calculando las consecuencias benévolas para su futuro político, esa misma noche consiguió un detector de metales de un vecino muy cercano, también se hizo de picos y palas, fuera de dos lámparas potentes que iluminen su camino al triunfo. Para ello convoco a su novia, la única mujer con la que compartía sus aventuras. Alberca del Pozo con su clásica docilidad aceptó la propuesta de Alonso, sin contarle que tendrían un invitado extra. Ni bien se organizó la excursión la mayor parte de la jornada Alonso se la pasó encintando el bosque asignándole un número para no perderse. Detrás de él Alberca repasaba los pasos de su novio cargando el detector de metales, el cual funcionaba muy bien y le fue granjeando aretes, llaveros, pulseras y toda aquella menudencia que se pierde cuando se está de excursión.  Fue meticulosa en repasar los tramos encintados por Alonso dotada de mucha curiosidad. Pero mientras la noche avanzaba el cansancio se iba instalando en Alonso quien a ratos lamentaba haberse metido en el embrollo, y por el celular le pedía a su novia culmine el recorrido para encontrarse con ella en la puerta.

Esa primera noche de verano salvaje Alberca quiso tener cierta independencia, y antes de retirarse juntos como acostumbraban acusó un dolor de estómago razón por la que ante él regresó sola a casa. Alonso colgó el teléfono y partió con dirección a su casa confiando en la palabra de su novia. Mientras lo hacía nunca percibió la presencia de Akar Hamet ingresando al olivar después que él lo abandonaba extenuado. Entretanto, el recién llegado harto del calor agobiante mientras caminaba se iba desabotonando la camisa, dejando al aire sus bien formados pectorales de fisicoculturista. Ya no aguantaba más el sofoco anhelando meterse a la laguna de los novios para refrescarse un poco. Tenía el corazón exaltado, y cuando vio a alberca todos los músculos de su rostro dibujaron una sonrisa a la cual ella correspondió con un tinte de picardía. Le estiró la mano y lo condujo directamente hacia donde quería estar. Tal cual como lo estimó la laguna le resultó un oasis donde remojar la piel por unos instantes. Hecho un festín de felicidad la obligó a ella a desnudarse y pasear juntos hasta que el cuerpo quiera volver a cubrirse. Aquel gesto le gustó tanto que fue Alberca la que le pidió descansar bajo la copa de un olivar, ella lo abrazó pegándose a su regazo. Akar Hamed le acarició la cabellera desde el nacimiento del pelo hasta las prolongaciones que le llegaban a la espalda. Enseguida ella no lo pensó y le robó un beso ardiente que no hizo otra cosa que desatar sus pasiones carnales consumiéndolas tres veces seguidas. Alberta del Pozo le confesó su amor por él, afirmando que en cuanto amanezca iba a dar por concluida la relación con Alonso. El primero en oponerse fue Akar explicándole lo ventajoso que es para ambos que solo Alonso se esfuerce, y ellos logren vivir cómodamente con el sudor ajeno. Sin embargo, Alberca no estaba conforme, quería una relación normal con el hombre que el alborotaba las hormonas, y no con aquel que llega cansado a la casa y busca dormir después de una larga jornada de trabajo. Alberca le expuso sus argumentos contundentes, pero él supo disuadirla haciéndole el amor antes que su negativa se formalice. La tomó con sus brazos de albañil por la cintura y simplemente la dejó extasiada con el brutal orgasmo que le arrancó el coito con Akar.

Luego camino a casa viendo despuntar el claro del día, y se sintió un tanto abrumada con todo lo que estaba viviendo interiormente.  Por más que pensaba terminaba en el mismo punto. No pretendía convertirse en amante de nadie, solo aspiraba a tener una relación sólida con Akar. Pero para ello, debía cortar todo lazo sentimental con Alonso, porque el dueño de sus sueños eróticos por desgracia no era el hombre trabajador que emprendía proyectos por ella. Le dolía tener que dar un paso tan duro para quien solo tuvo detalles costosos con ella. Aun así, lo juzgaba imperativo conversar con él y ponerle punto final a su relación. No obstante, en virtud a su gran generosidad quiso tener un gesto de adiós ayudándolo a que concluya su expedición en el olivar.

Esa noche en especial se veía hermosa y bastante clara, a diferencia del resto de la semana, brillaban las estrellas con una coquetería extravagante encendiendo el cielo de un color azul marino maravilloso. Semejaba que la tarde se había prolongado dejando la luz como faro inmovible guiando a los curiosos. El reloj daba las 10:pm, y a esa hora el olivar aparte de vacío le pertenece a la inconstancia de las nubes viajeras. Alonso renovado en fuerzas se apersonó cargando sus bártulos y aguardó hasta que llegase Alberca. Feliz y satisfecho ni bien la vio se dedicó a darle instrucciones precisas sobre lo que debía hacer. Sin dudarlo un segundo le entregó el detector de metales y ella se puso manos a la obra con una solemnidad capaz de hacerla resistir hasta el final de la travesía.

Dentro de su infidelidad pretendía no hacerle daño a nadie y corregir sus propios actos con buenas acciones. Una de ellas, finiquitar su lazo con él. Convencida con ese propósito por delante, hizo cuanto se le pidió y a partir del árbol 22 inició su periplo. Avanzó unos cincuenta metros y percibió con curiosidad que el macizo 48 tenía una marca de sangre y hasta allí llegaba la cinta. Posó la yema de los dedos sobre la mancha roja comprobando que aún se mantenía fresca. Sospechó que algo severo había pasado, lo único que rogaba que la víctima no fuera Alonso. Extrajo el teléfono del bolsillo del pantalón y le timbró tres veces a Alonso infructuosamente.  Preocupada por su seguridad decidió ir en su busca poniendo como seña visible su bolso amarrado al tronco.  Antes de echarse a andar miró a su alrededor intentando grabar el sitio donde estaba para no perderse. Y mirando al suelo se inclinó por seguir los círculos pequeños de sangre que en medida que avanzaban se veían minúsculos. El grosor y la espesura de los macizos con las copas crecidas de manera abrumadora, no hacía otra cosa que entorpecer su tránsito.  Pese a contemplar los frutos del olivo maduros, no tuvo tiempo para detenerse en aquello que la entretenía tanto, cuando amaba recopilar las aceitunas. Aun sostenía el detector de metales como arma de defensa. En su rápida deducción entendía que la mancha de sangre tendría un dueño, y todo apuntaba a que le pertenecía a Alonso. Entonces se fue adentrando entre los olivos más vetustos, aquellos que las ranuras se ven más separadas en la corteza. Pudo sentir como el miedo iba acercándose a su corazón y se arrepintió de haberle sido infiel. Su arrepentimiento no significaba volcarse hacia él como pareja, no obstante, subyacía en ella un sentido humano muy profundo. Rápidamente se fue metiendo en la espesura del bosque arrastrando con el brazo izquierdo el aparato. Y cuando le pareció oír gemidos humanos pidiendo ayuda, Alberca escuchó que el detector de metales tronaba bajo el monto descomunal de una vieja roca cuyas dimensiones ocupaban la mitad de su cuerpo. La responsabilidad le ordenaba que vaya por Alonso, pero ese otro bicho que la remitía al boato, fiestas y buena vida le indicaba, que remueva la roca con un tronco y salga de la duda. Sin saber hacia dónde mirar cerró los ojos y dejó que sus sentidos decidan. Haciendo uso de su linterna cogió un tronco y lo incrustó al filo de la roca haciendo primero un pequeño agujero cumplió su cometido, hizo fuerza con el cuerpo inclinándose para hacer contrapeso, y la mole de piedra rodó unos cuantos metros sin provocar problemas. Fue veloz en revisar con ayuda de la linterna y hallo más piedras mucho más pequeñas que fueron retiradas con presteza. Luego se tomó unos segundos para echarle el último vistazo y se puso de pie. Cuando estuvo en sus pies erguida Alonso surgió de entre los olivos con una visible herida en el brazo. De inmediato fue en su ayuda y le rogó que se apoyara en ella para sacarlo del bosque. Alonso permanecía en silencio mirándola con unos ojos que no parecían de este mundo. Le costó reconocer gesto alguno en él, apenas y se dejó llevar por Alberca. Pronto halló su prenda anudada al árbol y supo que iban por buen camino. Alonso sumamente cansado le pidió descansar unos minutos y ella lo ayudó a reclinarse sobre la hierba. Justo en ese preciso momento él le da la espalda, al hacerlo Alberca detecta en el bolsillo trasero del pantalón de Alonso un objeto amarronado por donde se mire. Sobresalía al bolsillo, pero por nada del mundo Alonso estaba dispuesto a explicarle qué era. En contados minutos tras tomar grandes bocanadas de aire ambos retomaron la caminata directo a la salida del bosque, perdiendo de vista al detector de metales. Sin embargo, él consiguió las fuerzas necesarias para avanzar por sus propios medios, y al adelantarse a ella, por segunda vez le llamó la atención aquello que le sobresalía al bolsillo. Y no pudo más. Lo tomó jalándolo de su bolsillo. Al hacerlo la tela que envolvía al objeto se deshizo. Más no impidió que viera su contenido. Era una cruz de oro compacto estilo colonial con el rostro tallado artesanalmente de Jesús. No podía imaginar el costo de dicho objeto, mucho menos la data. Pero sí estaba segura que no lo halló en el guardadito del santo. Enseguida sus ojos sonrieron al igual que sus labios. Alonso tras confesarle que fue su hallazgo, ella mentalmente iba multiplicando el disfrute que tendría, tal cual se lo había dicho desde un principio Akar. Se le veía exultante hasta que Alonso se hizo de la cruz diciendo:

─¡Esta cruz pondrá mucha comida en los necesitados!

─¿No crees que esta cruz tendría un mejor destino en manos de un coleccionista privado? …Piensa un poco Alonso, tendría la cruz en una urna o algo parecido simplemente para ser exhibida

─ Si hiciera cuanto sugieres solo mi bolsillo engordaría dejando con la barriga vacía a muchos niños. ¿No te dan pena los pobres?

─¡Pena me daría que pecaras de estúpido y no obtengas el beneficio que te depara haberla hallado!

─¡Será como lo he decidido, directo a un fin social! ─dijo Alonso en forma tajante

Y cuando le quiso tomar la mano para ponerse en marcha ella se negó, obligándolo a que él continúe solo por su parte. También había enojo en él. La noche aun estaba entreabierta cobijando a la flor que estaba por abrirse, al olivo por madurar y a la tierra por endurecerse. Enseguida pensó que, si volteaba queriendo hablarle, ya sus palabras no alcanzarían su oído. Resignado se mezcló entre las sombras, sumando al conjunto de ellas la suya. Recogió los pedazos de orgullo, y partió en completo silencio. Mientras avanzaba hacia la salida, le llamó la atención que a esas horas de la noche un joven musculado y bien parecido dirija sus pasos hacia el señorío Guática. Ni por un segundo relacionó al muchacho con su novia alberca, pero era el mismo que fornicaba con ella tras su respetuosa despedida.

Las aves inquilinas del bosque perturbadas por la presencia humana en sus dominios protestaba emitiendo sonidos agudos y a ratos roncos. El brillo de las estrellas se fue debilitando, y Alonso sintió pena, no por él. Por alguna razón se felicitaba que ese aspecto codicioso de alberca se haya mostrado en este momento, y no cuando no haya nada que hacer al respecto. Por fortuna, los noviazgos se rompen y nadie sale perjudicado, pensó Alonso extraviado en sus propios laberintos. Así llegó a casa y se tendió en la cama muerto de cansancio.

Entretanto, alberca afanada en hallar algo, lo que fuera tan o más valioso como lo hallado por Alonso. Decidida a seguir buscando se internó el bosque a sabiendas que Akar iría a su encuentro. Para cuando lo hizo, ella le confesó que había peleado con Alonso de forma definitiva. Esa noche Alberca perdió un amante, y alonso de repente consiguió un buen amigo.