
235. La leyenda del aceite
Cuenta la leyenda del aceite que este estuvo mucho tiempo enamorado del agua y que tan solo unos segundos junto a ella, lo llenaba de felicidad y vitalidad.
Cuando se enlazaban y sus texturas se mezclaban entre sí, se compenetraban de manera inefable. La pureza del agua incorporada a la suavidad y brillantez del aceite los hacía brotar con satisfacción, como si de un río o una cascada se tratase.
Sin embargo, con el paso de los años, dejaron de fluir de la misma manera. Al aceite cada vez le costaba más aferrarse, le era más difícil unirse a ella, hasta que llegó el momento que tanto temía, en el que cualquier esfuerzo era en vano. Ya no lograba fundir su reluciente color con la transparencia que el agua ofrecía, y tras mucho tiempo intentando y tratando de recordar y volver a sentir como era mezclarse con ella, asumió la realidad, nunca podría volver a envolverla con su delicadeza.
Pese a su gran y profunda tristeza, logró darse cuenta due su levedad y densidad, lo que le hacía sufrir tanto, era también lo que le hacía diferente y lo caracterizaban. Empezó a amarse de nuevo y comprendió que podía seguir fluyendo, pero esta vez solo. Ahora se daba cuenta de que su dorado color parecía una gota del propio sol. Por fin entendió que su leve acidez y amargor, su penetrante aroma y su sabor lo hacía único, y eso era lo que necesitaba para ser y hacer feliz.