223. El milagro

Rosa Parks

 

Supimos que nos había escuchado porque esa mañana comenzó a llover, y eso era algo que no sucedía desde hacía meses. Hacía tiempo que la situación era tan desesperada que cualquier solución parecía buena, aunque fuese una locura. El cura nos había prohibido que sacáramos a la Virgen, pero nadie le hizo caso y cuando en el pantano apareció la torre de la iglesia del pueblo viejo, y el viento hizo sonar la campana que tantos años llevaba bajo el agua, tuvimos la certeza de que era una señal. Entonces todos corrimos hasta la ermita y comenzamos la procesión, acarreando la imagen por los campos donde los olivares yacían yermos ante la falta de riego, y así seguimos durante horas, hasta que cayeron las primeras gotas. Al principio fueron unas cuantas que poco a poco se convirtieron en una lluvia constante sobre nuestras cabezas. Abrimos la boca mirando a los cielos para dejar que se nos metiera dentro y degustar el sabor del milagro. Aquel adorable sabor a aceite de oliva nos devolvió la esperanza y saltamos sobre los charcos para festejarlo. Por fin había acabado la sequía. Quien más, quien menos sacó cuencos, capazos y garrafas para acaparar el regalo divino. Luego devolvimos de nuevo la imagen a su rincón y prometimos no volver a sacarla hasta el verano siguiente.