216. El abuelo

Rosa Aliaño Salado

 

Llevo aquí plantado mucho tiempo, quizás demasiado. Soy del Sur. Quisiera contar mi historia, al menos una pequeña parte de ella. Perdonen si no soy muy exacto, pues siendo quien soy, se me escapan muchas cosas, además tengo la cabeza literalmente a pájaros. Alguien dijo de mí que la paloma de la paz se distrajo un momento, dejó caer la rama de olivo y se le desprendió una aceituna, de ahí nací yo. Ese pájaro siempre tan distraído. Lo cierto es que nací acebuche y unas manos delicadas y expertas me injertaron una rama de olivo picual, de eso hace mucho, mucho más de mil años. Unos dicen que fueron los fenicios los que me plantaron, otros que los romanos, en el fondo eso me da igual, lo importante es que sigo aquí.

Se corrió la voz de que mis frutos eran milagrosos y casi me dejan mocho. Ahora tengo una cerca a mi alrededor, para que la buena gente que me visita no tenga la tentación de arrancarme aceitunas o hacerse fotos colgando de mis ramas. Soy un monumento viviente, una joya de la naturaleza, un mirlo blanco, un bicho raro. No me beso porque no me llego, reconozco que eso ha sonado pedante. Tengo una envergadura considerable, nada extraño si se tiene en cuenta que no he parado de crecer desde que nací, cinco personas rodeándome no consiguen unir sus manos. Sé que hay más como yo repartidos por varios países. Mi corteza es de color ocre con vetas que van desde el gris al negro pasando por el blanco. Estoy arrugado, muy arrugado, prueba evidente de los años que arrastro. Mi tronco se ha dividido y retorcido formando una bonita figura que recuerda a varias mujeres bailando en coro con las manos en alto, tocándose las puntas de sus largos dedos convertidos en ramas. La última vez que me midieron tenía casi nueve metros. Mis raíces no son demasiado profundas para la edad que tengo, pero llegan tan lejos en horizontal que acaricio a todos los árboles que me rodean. En el hueco que se forma en mi tronco hay vida silvestre muy variada, totalmente controlada por un muchacho llamado Juanito que me visita con frecuencia midiendo mi humedad, color, forma, densidad y mil cosas más. Conozco varios idiomas y acentos: fenicio, latín, árabe, castellano, francés y últimamente escucho mucho inglés y alemán gracias al oleoturismo. Sé que algunas de las lenguas que entiendo están muertas, quién me iba a decir que yo viviría más que ellas. Del mundo en general no sé mucho, sólo lo que logro ver desde mis ramas más altas, eso no es nada raro teniendo en cuenta que llevo plantado en el mismo sitio desde el año de la pera. Mis amigas las aves también me informan de algunas novedades, sobre todo los mirlos y las urracas que hablan por los codos, los búhos son sabios, pero no sueltan prenda, hay que sacarles la información con sacacorchos. Tengo una rama bastarda que da aceitunas gordales, no me preguntéis cómo es posible porque no tengo ni idea.

Me gustaría hablaros de Ángela. La conozco desde que era pequeña y antes a sus padres, abuelos y varias generaciones más. Ella jugaba entre mis ramas y sin querer le hice más de un arañazo. Con frecuencia se sienta a mi lado y habla de sus cosas, yo le hablo de las mías. Aunque no es consciente de eso, piensa que lo que le cuento es fruto de su imaginación. Gracias a mi amiga me entero de muchas cosas, ella me llama cariñosamente abuelo porque dice que le recuerdo al suyo en lo arrugado. Me han visitado muchos personajes ilustres que dejaron su firma en el libro de honor. Reconozco que no me di cuenta si eran ilustres, no distingo esos rasgos en los humanos. Ángela es pequeña, morena, bajita con los ojos más claros e inteligentes que he visto nunca, tengo un sentido especial para detectar esas cosas. Se hizo guía turística sólo para poder contar mi historia a todos los que vienen a visitarme, de hecho es ella la que está escribiendo este relato. En el pueblo piensan que está un poco tocada del ala, porque más de un vecino la ha visto hablándome. Su marido y sus hijos trabajan en la almazara de la cooperativa, donde agasajan a los visitantes con productos de la finca, y les enseñan los intríngulis de la empresa, que por cierto se llama “El Milenario” en mí honor. Perdón si me ando por las ramas, pero los años no perdonan. Creo que estaba contando algo sobre mí, a ver que era… sí ya me acuerdo, mis frutos son tan preciados que valen una fortuna, Ángela dice que es oro líquido; algo así como gourmet, que no sé bien que significa, mi francés está un poco oxidado, pero parece algo bueno. Ahora está de moda decir que el zumo de mis aceitunas se llama AOVE. También me comenta que han solicitado declararme a mí y a unos cuantos más como yo patrimonio de la humanidad. Tampoco sé lo que significa, pero suena bien. Cuando Ángela no está de servicio, viene a verme por la tarde. Siempre acompañada por su perra Chisca, una galga gris que un desalmado abandonó en plena carretera, llega con su amiga peluda, una silla de playa y un bolso enorme donde lleva de todo, se sienta a mi lado mientras la galga campea, que es lo suyo. A veces cuando nadie la ve salta la reja y me abraza, dice que eso le da paz que es mejor que ir al psicólogo, que como tiene fama de loca a nadie le extrañará si la ven, yo soy su medicina, aunque creo que más bien soy su delirio, la verdad es que a mí me descoloca un poco. Ahora está preocupada por su jubilación y la de su marido, por el trabajo de su hijo pequeño que se fue a la capital, por su nieto que está echando los dientes y anda todo alborotado, además de por la paz en el mundo, la sequía y las inundaciones… siempre está preocupada por algo. Yo para distraerla un poco le cuento anécdotas de mi vida. Como aquella vez en el siglo pasado o en el antepasado no lo sé con seguridad pues mi manera de medir el tiempo es distinta y no domino bien las fechas de los humanos, otra vez por las ramas, como iba diciendo allá por el siglo antepasado unos soldados franceses que habían dado la espantá y tenían más hambre que miedo se atiborraron de mis aceitunas todavía verdes además de crudas, se pusieron tan malos que los pillaron sin ningún problema. O aquella vez que vi en vivo y en directo una auténtica batalla entre dos bandos contrarios que no puedo decir muy bien si eran romanos contra visigodos, visigodos contra musulmanes, musulmanes contra cristianos, o cristianos contra ellos mismos. La verdad es que siempre me confundo con las cuestiones guerreras de los hombres, es algo que nunca entenderé, defender las diferencias a base de matar a pobres inocentes sólo por la avaricia de unos pocos. La cosa es que se lio de tal manera que estuvieron masacrándose unos a otros hasta que no quedó ninguno en pie. Esta no fue la única batalla que tuve el disgusto de presenciar, por lo visto estoy situado en un lugar estratégico de la geografía andaluza. Todos los pueblos que se han asentado a mi alrededor han defendido el lugar con uñas y dientes, me cuesta entender algunas costumbres humanas. Ya está bien de tristezas.

Las historias que más le gustan a Ángela son las de mi juventud, cuando todo esto era un vergel lleno de animales y plantas, algo así como el paraíso. La familia que me cuidó desde que nací vivía aquí al lado en una choza muy cerca de un riachuelo que se secó hace tiempo. Tenían cepas, granados, alcornoques, nísperos, moreras y un huerto de hortalizas. Cuando le cuento a mi amiga mis batallitas casi siempre se queda frita. Ella habla en sueños y así me entero de lo que le preocupa. Tiene abierto muchos frentes, hijos, jubilación, pensión … de repente se despierta sin saber muy bien donde está, me mira sonríe y sigue durmiendo. Ángela y su familia celebran a mi lado todos los acontecimientos importantes. Es curioso que para ser un olivo tan viejo es la primera vez que me siento parte de algo. Mi entorno ha cambiado, estoy rodeado de olivos viejos, ninguno tanto como yo. Nuestro aceite es apreciado en todo el mundo, que debe ser más grande de lo que puedo imaginar.

No os he hablado de Pimienta la gata negra que vive en una de mis oquedades, algunas veces no sé dónde se mete, pero soy su casa, y antes que ella otros gatos de su misma familia han vivido aquí. Pimienta es muy discreta desaparece cuando hay visita, sólo se deja ver si aparece Ángela, no sé si tendrá algo que ver con las latitas de comida que le trae.

Juanito es algo parecido a un médico de árboles, yo lo llamo Juanito porque lo conozco desde antes que aprendiese a andar, por aquí lo llaman Don Juan, dice Ángela que oficialmente está jubilado pero que le gusta cuidarme. Una vez al año viene con unas bolsas llenas de mariquitas, esos insectos tan monos de color rojo con lunares negros, me los echa por el tronco para que me quiten los parásitos. Ahora está inquieto porque se han visto cochinillas en un campo cercano, me ha puesto en cuarentena y no deja que nadie se acerque hasta nueva orden. Me está tratando preventivamente con unos potingues de su arsenal particular de fabricación propia, totalmente ecológico, es decir que estaré unos días de baja laboral, mi amiga dice que no me preocupe, que está todo controlado.

Hace días que noto preocupada a mi guía particular, se pasa en día rezongando y dando paseos alrededor de mi cerca, de vez en cuando me abraza y se calma un poco. El otro día por fin se desbordó como un rio y empezó a contarme atropelladamente el nuevo proyecto que tiene la cooperativa, ella no lo ve claro, parece que los socios han decidido ampliarla y han designado a su hija mayor y a dos compañeros más para ver si la idea que se les ha ocurrido es viable. Si no he entendido mal quieren rehabilitar la antigua casa del cortijo que lleva años abandonada y construir dentro un restaurante escuela para enseñar cocina a los chicos y chicas del pueblo, que la base de la cocina gire en torno a los productos de la cooperativa, sobre todo del aceite, además quieren dedicar otra parte del edificio a hospedaje de oleoturismo, dando cursos que enseñen todo lo relacionado con el olivar, donde los hospedados puedan aprender in situ todo lo relacionado con el cultivo del olivo desde la siembra hasta el envasado del aceite, que los turistas aprendan a varear, prensar, filtrar, en fin todas las faenas propias del negocio. Ángela está preocupadísima, dice que hace días que apenas le ve el pelo a su hija, que se pasa el día y parte de la noche en la oficina con los compañeros, haciendo cálculos, contactando con bancos, viendo si con la subvención les alcanza para todo el proyecto, buscando un arquitecto que pueda hacer lo que quieren a buen precio, haciendo y deshaciendo presupuestos, ella teme que el negocio no salga bien, piensa que están abarcando mucho, que se van a hipotecar hasta las orejas, que si es muy difícil manejar un restaurante y además, más difícil todavía un hospedaje de oleoturismo y cientos de problemas más, reales e imaginarios, no sé si he comentado antes que mi amiga no es muy optimista. La verdad, no veo que sea mala idea, pero claro, qué va a saber de negocios un olivo milenario.