
214. Tengo un olivo plantado en el pecho
Plantaste un olivo en mi pecho, dijiste que un lugar tan cálido era ideal. Te advertí que tardaría años en dar fruto y que si no ibas a cuidarlo, mejor arrancarlo ya. Pero estabas tan convencido de la fuerza de nuestro amor, que juraste pasar la vida entera a mi lado. Te creí.
Antes de la primera cosecha, perdiste el interés: una tal Ana con ojos verde oliva se te enredó en los labios y no pudiste evitar que lo nuestro se echara a perder.
Cuando te marchaste, tuve que lidiar con varias plagas de cochinilla y las heladas hicieron estragos también. No quería llorar, pero de vez en cuando alguna lágrima rebelde llegaba a las raíces de mi olivo y, poco a poco, creció fuerte y altivo.
No fue fácil, pero no creas que por eso he cerrado mi pecho al amor. Al contrario, estoy orgullosa del árbol que llevo dentro, me he hecho resistente a la sequía y al olvido, y aguanto como nadie el dolor.
Ya he recogido mis primeras aceitunas y muchos hacen cola para probar el aceite, pero esta vez voy a dejar la cata en manos de expertos que sepan apreciar su textura y sabor.