
212. La despedida
Desde mi posición veo el espécimen plantado, firme, antiguo, incólume, impasible ante el transcurrir de los años, aguantando Filomenas, pandemias, sequías, inundaciones, actos vandálicos o simplemente indiferencia de los que no conocen ni su nombre ni su utilidad o beneficios. Ahora que lo miro desde una distancia prudencial, envuelto en la semioscuridad del discreto ramaje, me dispongo a continuar con el microrrelato que tengo pendiente y en el que estoy trabajando. De 150 a 300 palabras… cómo resumir en tan poco espacio toda una vida repleta de sueños, inquietudes, anhelos y decepciones. Harían falta tomos y tomos enciclopédicos para narrar tanta experiencia acumulada y sin embargo, tengo que esforzarme mucho para encontrar algún indicio de vida en su silueta, algún cambio en su retorcimiento, algún atisbo de sobresalto en su pasar despacio por los años postrimeros, como si ya fuera un no vivo esperando su desarraigo definitivo. Y eso que de seguro habrá sufrido desórdenes y trasplantes, dejaciones y descuidos. Pero su vida parece alejarse de él poco a poco, como se desgaja un leproso de su carne antaño lozana. Ahora percibo que hay movimiento a través de la ventana. Sí, veo a la amable enfermera que con la silla de ruedas viene a trasladarle. El viejo se aleja de mí con su mirada más triste y yo me despido de él con mi rama de olivo más alta.