21. AOVE

Irene Moja

 

Hace más diez años, cuando mi madre murió, encontré entre sus cosas un cuaderno viejo escrito de varios puños y letras. Eran pequeñas anotaciones, sin conexiones entre ellas, pero envueltas en un halo de misterio. O eso me pareció a mí. Yo tenía por entonces unos siete años. Sabía leer de aquella manera y recuerdo que hubo una palabra que por mucho que leía del derecho y del revés, no llegaba a dar con su significado. Estaba escrita más de cien veces en el cuaderno, como si fuera una palabra mágica. A veces, subrayada; otras, escrita entre exclamaciones. Siempre en mayúsculas. Pegaba con todo, no importaba qué aparecía antes o después. Aquella palabra se me grabó:

AOVE.

«Piel seca: AOVE».

«Estreñimiento: gotitas de AOVE».

«Pupita: untar AOVE».

«Grietas pezón: masajear AOVE».

Con el tiempo, entendí que AOVE significaba «pequeñas gotas de magia con las que hidratar las durezas de la maternidad» y que el legado que dejaba mi madre en aquellas hojas era el mismo que le habían dejado a ella generaciones anteriores.

Desde entonces, guardo el cuaderno como si fuera un tesoro, porque lo es. Es un manual de instrucciones del oro líquido, aunque para mí y mis hermanos sea la explicación de por qué el aceite de oliva virgen extra siempre sabe a mamá.