205. El fruto más valioso

Rita Doallo

 

Yo era muy joven, una niña casi. Empezaba a sentir pequeños pinchazos de curiosidad por las pasiones. Aquella tarde, una mirada profunda me robó el sentido. Me tomó de la mano y me dejé llevar.

Ese fue mi primer encuentro con la poesía: como cama usamos las raíces; por manta, una constelación de olivas; y como techo, las estrellas.

Seguí con mi rutina de joven que vive por el día y sueña por la noche. Pero algo crecía en mi interior. Poco a poco mi piel se tensaba. Un día se quebró, dejándome surcos como los de esta tierra seca que ahora tú y yo pisamos. Mis formas ya no eran de adolescente, si no de montaña suave y redonda.

No sabía tanto como pensaba. Tuve miedo, me escapé para sortear el castigo paterno. Quise perseguir mi inocencia a través del frío y la soledad. Llegué hasta la ciudad e intenté desaparecer entre la multitud.  Pensé que lo había conseguido, pero el vientre abultado me recordó que ya no podía seguir esperando, y dio paso al fruto más valioso de esta tierra: tú, mi niño gitano de color aceituna.