
204. Verde oliva, más allá del pasado, con belleza en el presente y con la esperanza en el futuro
Fueron muchos años yendo a ese olivar, en compañía de mis padres y hermanos para la recogida de la aceituna. Era una especie de rito familiar.
Decíamos que el mejor momento era el de la comida y la bota de vino, cuando la chasca humeaba, desprendiendo los aromas de las chuletas.
Los tendales y la zaranda ahora ya nos parecían muy lejanos en el tiempo. Ahora ni los veíamos ya por los olivares de la zona.
Un buen día el asfalto de una carretera se impuso a nuestro deseo de conservar el olivar y el hecho de compartir en familia aquellos momentos desapareció de nuestro acervo.
Pero conseguimos un compromiso: dejarían en la rotonda alguno de los olivos.
Y también pondrían algunas de las antiguas tinajas en las que antaño se depositaba el aceite.
Y así se hizo.
Cada vez que pasaba por esa rotonda, un sinfín de recuerdos brotaban en mi mente. Hasta podía recrear en mi imaginación el aroma del aceite cuando iba a la almazara a comprarlo.
Verde e intenso. Color, aroma y sabor de naturaleza.
La añoranza pudo conmigo.
Decidí pasar un fin de semana de asueto en una casa rural, entre olivares.
Me hizo revivir tiempos pasados.
Y sentir que mi presente me animaba a seguir cultivando olivos.
¿Y por qué no? Mi sencillez me guiaba al campo y mi deseo de libertad también.
¡Cuántas veces me habrían preguntado de pequeño qué quería ser de mayor y ninguna de ellas respondí que agricultor!
La decisión ya estaba tomada.
Volví a mis antiguos olivares heredados.
Y seguí su ciclo vital. Sufrí y disfruté en el campo.
Pero ya, cada vez que pasaba por aquella rotonda, no sentía añoranza.