19. Amor infinito

Roberto Ariel Rumiz Rodriguez

 

Cuando Roberto se muda a un cortijo después de la muerte de su mujer, al llegar se dio cuenta que casi enfrente de la puerta, esbelto y robusto había un árbol, dándose cuenta de que era un olivar, aunque ese árbol tenía algo que lo atraía, pero no sabía qué.

No podía dejar de mirarlo, hasta que se acercó y notó una energía que no entendía y a la vez una paz que le apetecía sentarse debajo de su porte imponente.

Cada tarde después de comer iba a sentarse debajo del olivo para quedarse dormido y tener sueños de cuando era joven.  La primera vez, cuando se conoció con Paqui, su mujer, cuando nació su primer hijo, hasta que despertaba cuando Paqui lo llamaba para venir a cenar, pero al despertar, Paqui no estaba. Al abrir los ojos, al verse solo y viejo, le caían algunas lágrimas y sin fuerzas, se levantaba; viendo que ya el día terminaba, se metía en su casa, comía algo liviano para irse a la cama. Así pasaban los días.

Pero una tarde al salir y recostarse en el viejo olivo, todo fue diferente. Estaban sus hijos y sus nietos, pero él estaba viéndolos como detrás de una ventana; los llamaba, pero parecía que nadie lo escuchaba, de pronto una mano le tocó el hombro y al darse cuenta vio a Paqui que le decía que fuera con ella, que lo estaba esperando. Lo agarró de la mano y al sentir sus dedos, notó la calidez que le trasmitía su piel, pero al levantar la vista vio a Paqui joven como el día que se conocieron. Él había cambiado también, eran jóvenes y con toda la vida por delante. Lo levantó del suelo y se fueron caminando juntos.