174. El banquete
La situación es mala o malísima. No tengo un pavo. No sé cómo llegaré a fin de mes. Y tengo sed. La casera me persigue con llamadas, portazos, mensajes de texto. Mis amigos, grandes amores, no atienden mis llamadas. No llegué a pedirles ayuda, así que no los critico porque ni siquiera me han rechazado. Ahora tengo sed y va picando el hambre. Voy andando por calle del Olivar en Lavapiés y ya puedo sentenciar que muero de hambre. Sé, con triste exactitud, que tengo tres euros en mi bolsillo. Me siento en el bar más cutre de una calle cutre en un barrio cutre y pido una doble. La camarera viene con una bandeja en la que solo veo mi doble, pero intuyo que mi perspectiva me engaña, hay algo más. Toma niño, unas aceitunitas. Miro el banquete y recuerdo el campo de olivares de mis abuelos que ya parece ser de otro tiempo, de otra vida. El sol se refleja en una oliva gorda, carnosa, rojiza. La muerdo pero no la embullo, no la dejo entrar a mi boca porque no quiero sacarle la vista. Pido un deseo: no dejar escapar, ni bajo amenaza, este momento.