
172. El cuervo de Noé
Rafael Méndez Meneses
El cuervo mira hacia el horizonte. Sus patas entumecidas están por soltarse de la rama porque ya no aguanta el frío. No sabe dónde está el arca y no podría volar más que unos pocos metros. Ha brotado una hoja del olivo, pero prefiere dejarla en la rama a pesar del hambre.
Al ver a la paloma volar a lo lejos, el cuervo emite su último graznido, aletea débilmente y recuesta su cabeza en una horquilla. La paloma llega después. Se posa sobre el cuervo ya muerto, devora sus ojos y descansa. Cuando recupere fuerzas, llevará la hojita de olivo al anciano y tratará de explicarle, pero sabe que será en vano. Él no entiende el lenguaje de las aves.