17. El Olivo
Os voy a hablar de un abrazo.
El olivo milenario extendía sus ramas nudosas en todas direcciones, y su copa se alzaba más de siete metros por encima de nuestras cabezas. El terreno abandonado en el que se situaba dominaba el valle, y suaves colinas se extendían hasta más allá del horizonte.
El sol caía lento, pesadamente, arrastrando tras de sí las últimas luces de un largo día de verano.
Las aceitunas, pequeñas joyas verdes que engalanaban el olivo, se mecían suavemente acompañadas por un cálido viento del sur. Nos llegaba el susurro, las voces del inmenso paisaje, las historias y leyendas de una tierra olvidada, y nos estremecimos al pie del tronco de formas caprichosas, con grietas que se entrecruzaban, cicatrices que daban fe de su longevidad.
¡Ah! ¡Qué pequeños nos sentimos, allí, abrazados a la sombra de ese majestuoso rey!
“Amor, ¿crees que podremos mantener el terreno?” -me preguntó con unos ojos que brillaron, denotando un toque de duda y tristeza.
“ No te preocupes, escribiré cuentos y me presentaré a concursos literarios. Quizás nuestro sueño se cumpla algún …”
Y bajo ese olivo, durante ese largo abrazo, decidí no parar nunca de escribir.