162. Mar de interior

Maga

El calor ha llegado al pueblo. El aleteo de los pájaros es todo cuanto oye desde su patio. Juguetea con las plantas, hunde sus dedos en la tierra recién regada, y dibuja nubes sobre la pared. A lo lejos, se extiende lo que llaman un mar de olivos. En los libros del colegio, ha visto el mar: es azul, y el horizonte, una línea recta. Dicen que huele a sal y que en la arena hay caracolas. 

 

De repente, siente que el suelo tiembla bajo sus pies. Su cuerpo se mece de un lado a otro, y una corriente de agua salada le salpica. Una de las vigas de madera del techo cede y se coloca en vertical a modo de mástil. En su extremo superior, lleva atado el cordel y la ropa tendida, haciendo las veces de vela. Ve delfines saltando, ballenas y peces de colorines.

 

El atardecer la sorprende en alta mar. Desde esa distancia, las casas parecen de juguete. Con el catalejo divisa la suya. Ve a una niña que juguetea con las macetas y dibuja nubes. La saluda, la invita a ir, con lo puesto, sin equipaje: poco se necesita para un viaje de la imaginación.