161. Eterno

Irene González García

 

El día en que Miguel y Catalina se conocieron recolectando los olivos en los campos de Jaén, supieron que ya nada podría separarles. Corría el mes de noviembre de 1932. Esa primera noche, él fue incapaz de dormir recordando su tímida sonrisa. Ella, por su parte, no dejaba de pensar en esos ojos verdes en los que deseaba perderse.

Tras meses de conversaciones vigiladas por su hermana mayor, Miguel pidió su mano y se casaron. Catalina quedó en cinta y el hogar humilde en el que vivían se llenó de alegría. La llamaron Mercedes. La niña creció junto a su abuela, mientras ellos se entregaban al campo para que no le faltara de nada.

La tarde del 1 de abril de 1937, él fue en busca de aceite y pan porque la guerra pasaba factura al estómago. Se oyeron aviones y las bombas cayeron sobre la ciudad. Todo fue desconcierto y dolor entre los vivos. Miguel nunca volvió. Ella se sumió en una profunda tristeza, difícil de ahuyentar. Pero al llegar el otoño, una paloma se posó junto a su ventana portando una rama de olivo. Catalina miró a su hija entre lágrimas y comprendió que su amor era eterno.