160. El legado del aceite

DLon

 

—¿Pero como puede ser? —bramaron los herederos.

—Así es —dijo la albacea—. Es cierto que Don Senén era varias veces millonario pero en las últimas semanas de su vida, por raro que parezca, desapareció toda su fortuna. Solo ha dejado la almazara donde empezó su trayectoria empresarial y una garrafa de aceite de oliva virgen extra de la última cosecha. Recalcó que ambas cosas debían aceptarse conjuntamente.

—¡Venga ya!, si es una fábrica comida por las deudas —dijo exasperado alguien—, ¡el muy… nos  ha engañado!

—Yo acepto el legado —respondió el único que no había gritado todavía.

—¡Que te aproveche! —rugió una voz—. Siempre has sido tan chiflado como él.

Rabiosos, los buitres se fueron del despacho después de ver como se evaporaban todos sus sueños de nuevos ricos. Azorada, la albacea salió también, dejándolo solo.

Siempre había sido el pariente favorito de Don Senén, quizás porque compartía su más que particular sentido del humor. Cogió la garrafa, cuyo contenido dorado exhibía una extraña cascada de destellos multicolores bajo la luz matinal.

Sonrió. Desde luego que, aunque velado por el aceite, era ese brillo tan peculiar de los diamantes y no en poca cantidad.