16. Mi posada
No sé como terminé en aquella pequeña posada rodeada de hermosos olivos centenarios, que me hicieron sentir en buena compañía durante unos días de merecido descanso.
Desde una acogedora terraza contemplaba los largos y coloridos atardeceres que me traían felices recuerdos de mi infancia, recubiertos de una dulce nostalgia bella y protectora.
Además de cuidar de mi mente también cuidaba de mi cuerpo. De los sabrosos desayunos que preparaban, imborrables el olor y el sabor intenso del aceite de oliva virgen extra sobre unas tostadas de pan de pueblo, eso era como una inyección que curaba todos los males.
Las comidas caseras bien hechas, con amor y dedicación, con productos de la tierra, muchos de ellos procedentes de aquellos olivos, acariciaban mi cuerpo por dentro, como un bálsamo relajante.
Conservo un recuerdo muy especial de esta posada donde el tiempo se detuvo por unos días, en los que pude saborear también ciertas partes de mi vida, rodeada del sosiego de aquel viejo olivar.