156. Alas y Ramas

Jara

 

El canto de los pájaros alborea, como una caricia etérea sobre el olivar silencioso, despertando las raíces de los olivos que se hunden como los dedos de un gigante dormido, aferrados a los secretos de la tierra.

La sinfonía expande ecos antiguos, que se cuelan entre las ramas de olivo, abrazándolos. Cada trino es un destello, un destilado de luz, un hilo que teje cielo con tierra. Ese canto refleja la alegría de estar vivo y la tristeza de lo efímero. Cada trino conlleva una pequeña muerte, un adiós en miniatura de fragilidad y belleza inatrapable.

Las hojas, plateadas por un sol emergente, danzan al compás del canto, como si los olivos, con sus troncos retorcidos y ramas extendidas, fueran también pájaros, anclados a la tierra, pero volando en el tiempo. El olivar despierta como un océano verde bajo melodías atávicas, un mar vegetal donde cada rama es una ola, que arrastra el sabor del pasado y envía promesas al futuro.

Amanece. Los olivos hablan con el cielo, los pájaros con la tierra. Canto y olivar son la misma cosa: paisaje eterno, melodías atrapadas en la memoria del mundo, que el aire devuelve tangibles, casi líquidas, para que las escuches.