
154. 536
El día en el que la prima de riesgo alcanzó los 536 puntos básicos, el emporio familiar cuyo pilar era el aceite de oliva se derrumbó. La bancarrota era compañera inseparable de un apellido venido a menos. Sabía lo que se esperaba de él –nobleza obliga-.
Abrió el arcón labrado en teca, que hacía ya una centuria, su bisabuelo trajera de Filipinas. Contempló las últimas reliquias familiares: un reloj de bolsillo y un revólver. Los últimos vestigios de una herencia y testigos finales del naufragio de una estirpe. Decidido a descorrer el velo de la propia existencia, se sirvió un generoso trago. Se dirigió al rincón más antiguo de la finca, junto con los doce apóstoles. Doce olivos que habían sido plantados por sus antepasados, uno por cada hijo. Cada olivo era una historia de sacrificio y superación que ahora lo juzgaban inmisericordes. Lloró conmovido.
Sentado, con la copa en una mano y el revólver en la otra, dejó que el licor desbordase sus sentidos. Miró conmovido el ocaso y tras varios sorbos cosechó el coraje suficiente. En paz con el universo, se sintió liberado, dispuesto… para emprender la pelea y comenzar de nuevo.