148. Escrito en oro

Rubén Moratalla Mayo

 

En ocasiones sentí mi aspecto afrutado, medio o intenso, dependiendo de la época en la que me encontrara. Caminé entre olivos que más bien parecían abrazos de juventud, por la sinceridad y la inocencia con que se abrían paso. Surcando la tierra pude resistir las envestidas de la vida en su regusto amargo, también me ruboricé con ese toque más picante. Dejé en el sur parte de mí, tal vez mi envés, o quizá esa forma excéntrica de baremar mis recuerdos, como racimos, diluyéndolos en el sabor de tantos días de oro y almazaras. Hoy soy quien soy gracias a mis pupilas inquietas, que sembraron sílabas a finales de otoño, como aquellos monjes que aseguraron aceite para los Santos Óleos y un Domingo de Ramos empezaron a escribir la historia de Fuentebuena, el olivo cuyos abrazos tocan la tierra.