
145. Manos que cuidan
¿Quién dijo que el hombre no adora y atiende la naturaleza?, yo creo en las sabias manos del hombre, en su cariño infinito. Manuel, todas las mañanas cuando el sol aún muy tímidamente acaricia mis ramas, acude a verme, él viene a cuidarme. Si por mis ya largos años alcanzados muestro un exceso de peso en ramas viejas y malgastadas, él con sumo cuidado las roza, si en los hastíos y sofocantes veranos ve un mínimo de aridez en mis tallos con agua los refresca, cuando el frío y la humedad comienza a acecharme me impregna de cobre y cuando mis pequeñas aceitunas negrean y comienzan a doblegar mis ramas, las desprende de ellas otorgándome un alivio certero.
Llevo días que no veo a Manuel, desde entonces siento una enorme sed por las entrañas que recorren mi tronco y mis ramas, el sol no calienta como antes y en las noches sufro de desvelos. Comentan que ha iniciado la primavera, intuyo que apenas tengo fuerza para la floración, mis rapas serán escasas y por ende para invierno mostraré poca aceituna, pero qué me importa si Manuel ya no vendrá a acariciarme y a susurrarme que me adora.