143. Solo
Camino por el olivar. Me asombra este paisaje de hermosura y dolor.
La hermosura la brindan estos árboles retorcidos con sus largas ramas acariciando el cielo y la tierra. El dolor es de mi alma, vencida en la última batalla.
Imagino esos olivos como soldados invencibles y les pregunto ¿Cómo hacen? ¿Cómo soportan estoicamente el caos del transcurrir? Por sus cortezas llagadas y sus zigzagueantes brazos veo que llevan años y años permaneciendo en las huestes de lo bello. Impasibles al desamor, al desengaño, a la desilusión.
Quiero detenerme a contemplar, quiero aquietarme como si tuviera raíces, pero mis pies siguen marcando pasos bajo las enredadas sombras. Encuentro un pequeño lago. El agua calma, me serena. Como cuando me sentaba a contemplar el Sena en la ajetreada Paris. Harto de embelesarme por todo, bajaba las escaleras para mirar el agua correr. Detrás de mí, Notre Dame o el Pont Neuf, no importaban más que ese río avanzando sin detenerse. ¡Avant garde!
Así, la belleza gana esta vez. Mi tristeza se retira, vencida también.
Tutu