14. Volver

Roberto Ariel Rumiz Rodriguez

 

Esa tarde, los dos adolescentes no presentaban ninguna sospecha, solo eran dos niños que no superaban los dieciséis años. El día era claro, como todos o la mayoría de los días de setiembre, para mí el más estable, ya que da comienzo la primavera en Argentina, la mayoría de los días son soleados y el calor todavía no se hacía notar porque una pequeña brisa hacía que los días sean perfectos.

En las manos tenían una pequeña aceituna y estaban enterrándola en un pequeño montículo de tierra, luego de terminar el proceso se sacudieron la tierra de las manos, se pararon mirándose a los ojos, regresaron la visión donde habían plantado esa pequeña aceituna, nuevamente se miraron para agarrarse entrelazando los dedos de sus manos y desaparecieron caminando por esa colina.

 

Roberto había seleccionado la película y María caminaba hacia él para sentarse en el viejo sofá (un sofá que ya tenía sus años o mejor sus décadas, lo demostraba el cuero ya gastado deshilachado por algunos lados, como en los apoya brazos de un color burdeos que ya quedaban pocos). Se acercaba con un bol que contenía palomitas para ver la película, que en esa ocasión le tocaba elegir a María y por su puesto era de amor. Después de sentarse y agarrar un puñado de palomitas, entrelazaron los dedos de sus manos envejecidas con un poco de temblor y un poco huesudas, para empezar a ver la peli.

Al terminar la peli (que fue “Un paseo por las nubes”, protagonizada con Keanu Reeves y Aitana Sánchez), se miraron a los ojos casi con los parpados caídos por cansancio, o ya porque los años no perdonan, pero esos ojos mostraban todavía una juventud que estaba encarcelada. Ya habían pasado los ochenta años y después de dos hijos y tres nietos sabían que esta historia estaba llegando a su fin, pero antes querían dejar todo listo y arreglado para que cuando llegue el momento que era inminente, todo fuera lo más suave e indoloro posible.

Decidieron ir a visitar a sus hijos para ver también a sus nietos, pero no solo era para despedirse sino para decirles que harían un viaje para recordar el momento y el lugar donde se habían conocido.

Sus hijos al principio dudaron por su edad y por dónde querían ir. La visita era a Argentina y sabían que el viaje era largo, pero era un viaje que tenían que hacer; sus hijos, después de juntarse para comentar el viaje de sus padres, tomaron una decisión. Alberto, que era el hijo mayor, tomó la iniciativa en hablar.

—Bueno, si papá y mamá quieren ir a Argentina, aunque es un viaje largo y sopesando los pormenores que podemos tener nosotros para interferir en este viaje, como la edad y que viajarían solos a más de 14.000 Kilómetros, es algo que se merecen que los apoyemos, ellos nos dieron todo y somos lo que somos por ellos, yo opino que no solo los apoyemos en este viaje, sino que se lo paguemos.

Susana, que era la otra hija de Roberto y María, después de pensarlo un minuto avaló a su hermano para que el sueño de sus padres tenga forma.

—Bueno, estoy deacuerdo, pero con una condición —dijo ella.

—¿Cuál? —dijo Alberto frunciendo las cejas.

—Que llamen todos los días, por lo menos día por medio.

—Estupendo…

Los parámetros ya estaban dados y la noticia a Roberto y María les llegó con una caja que decía: PARA ROBERTO Y MARÍA, LOS MEJORES PADRES, LOS QUEREMOS MUCHO.

Al abrir el paquete encontraron dos billetes con destino a Argentina, con la estadía pagada por tres meses en un hotel de cinco estrellas (el Recoleta Gran en Buenos Aires). El vuelo era para dentro de siete días, ya que en España empezaba el otoño y el frío, cuando llegaran a su destino el clima cambiaría, porque en el otro lado del hemisferio comenzaría la primavera. La fecha la habían elegido por dos razones: la primera porque en septiembre cumplía años su padre, los 85, y la otra porque habían escuchado muchas historias de cuándo y dónde se conocieron. Sabían que sus abuelos y unos amigos, siendo inmigrantes, en Argentina, vivían en barracas y en la boca, que son barrios cercanos de Buenos Aires; también sabían que el primer fin de semana de cada mes, cuando el tiempo lo permitía, se encontraban en un parque llamado Lezama. También sabían que eran amigos desde España, que las dos parejas habían decidido irse a Argentina desden que estaban en el instituto, viendo que en España 1936 las cosas se estaban poniéndose difíciles para los españoles, pudiendo irse antes.

Después de unos 45 días de viaje en un barco, que no me acuerdo como se llamaba, y  una pequeña tormenta, llegaron al puerto llamado hoy Puerto Nuevo que todavía sigue siendo la entrada para los barcos —antes se llamaba puerto Madero, donde por 1919 empezaron a construir dejando los antiguos astilleros, que en la actualidad son restaurantes de lujo—. Toda una travesía y una historia que escuchábamos casi todos los veranos, cuando nos íbamos de vacaciones y recordaban su llegada a ese gran país, que sus padres, los abuelos, les contaban.

La historia continuó y después de varios años y experiencias sus dos hijos se casaron regresando a España por trabajo, él siendo ingeniero civil y ella abogada. Regresaron donde sus abuelos habían venido y luego de su jubilación, de trabajar mas de cuarenta años en el banco, Roberto y María decidieron volver a su país de origen ya que sus padres habían muerto, el desencadenante fue cuando Alberto tubo a sus hijos (que eran mellizos), sus abuelos decidieron vender todo y marcharse a vivir a España, ya que las cosas no estaban yendo muy bien en Argentina, esa fue la otra escusa para volver a la tierra de sus padres.

 

 

Al estar en el avión ya no pensaban en nada, solo en pisar el suelo que les había dado tanto y sentir tal vez por última vez (el Pasto), como le decimos los argentinos, al parque Lezama.

Todo parecía un sueño y después de dos días recorriendo la ciudad recordando calles y olores, llegó el momento de pasar por el parque Lezama, al que fueron después de visitar el cabildo y la casa de gobierno que se llama Casa Rosada, por una unión de dos bandos opositores que había en esos tiempos (los rojos y los blancos), que al llegar a un acuerdo de paz decidieron unir sus colores, quedando el rosa, cual fue el color que pintaron (Solo una acotación).

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Ese picnic fue genial, pero al estar riendo y recordando momentos, Roberto vio algo que brillaba a unos pocos metros, quiso separar la vista, pero volvía a ese lugar, a ese brillo medio verdoso, no pudo resistir más y fue a ver qué daba ese brillo. Asombrado, levantó algo del suelo que parecía una aceituna, sí, era una aceituna, pero lo más extraño era que en ese lugar no había ningún olivo. Lo primero que pensó es que había sido una aceituna de un aperitivo de alguien que se le cayó, hace no sabía cuando, o alguien que comió una pizza que no le gustaba las aceitunas y la terminó revoleándola. Estuvo a punto de hacer lo mismo, pero al hacer el gesto con el brazo para tirarla lo más lejos posible, le agarró un tirón en el hombro que le hizo bajar de inmediato y luego la llamada de María hizo que cambiara la opción de su cerebro de tirar la aceituna, en vez de tirarla, se la guardó en el bolsillo. Después de varias semanas, los tres meses se pasaron como si fueran tres días.

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Al volver hicieron una comida para contar otras nuevas anécdotas y mostrar fotos porque a Roberto le gustaba usar la cámara, con una salvedad, que la cámara no tenía rollo de película como la que tenía, no hace mucho tiempo, de esas de 34 milímetros. Tenía una cámara con una tarjeta de 128 gigas, era digital. Todo fue una fiesta, con sus hijos y sus nietos pasaron un fin de semana estupendo, para luego volver juntos a su casa de Granada.

Esa tarde María decidió deshacer la valija (la maleta), todavía le quedaban algunas modismos de argentina, vio que en el pantalón de Roberto tenía algo en el bolsillo y cuando metió la mano sintió algo no tan duro, pensando que era una roca que vaya a saber dónde la había recogido, pero esa piedra era mas blanda, parecía una uva, pero al sacarla con un poco de asco vio que era una aceituna, y tan sorprendida estuvo que llamó a Roberto para mostrarle lo que había encontrado en el bolsillo del pantalón. Al ver el tesoro que había encontrado su mujer, y después de unos minutos tratando de recordar cuándo la había metido en su bolsillo, le contó la historia del parque Lezama y le dijo, después de mirarla unos segundos, unos segundos muy largos.

—Escucha, si viajó tantos kilómetros, le daremos una oportunidad.

—¿Oportunidad de qué? —le dijo María con expresión de sorpresa.

—Oportunidad de vivir.

María no le respondió, solo le hizo un gesto levantando la mano y metiéndose al baño.

Esa tarde, en una maceta del jardín que por cierto lo tenía bien cuidado, metió la aceituna que, pensándolo un poco, no había perdido el color ni la tersura de su piel, parecía como aquel día cuando la encontró, en vez de estar marchita y descolorida. Después de plantarla, o mejor dicho de hundirla en la tierra, se olvidó y fue a servirse un vermut.

Dos días después, al salir al jardín por la mañana para respirar aire puro pues esa mañana era hermosa, soleada y un aire fresco que hacía balancear los árboles frutales que tenía en el jardín, vio que en la maceta que había enterrado casi sin ganas esa aceituna ya tenía un tallo con dos hojas. Llamó a María y le contó lo que había hecho y lo que crecía en esa maceta. María la miró y al principio no podía creer que esa aceituna, después de viajar esos 14.000 kilómetros, pudo germinar. Le pusieron agua y un poco de fertilizarte, solo como un experimento, sin mucha esperanza, pero la sorpresa fue a los pocos días cuando al salir al jardín no vieron un tallo con dos ojos. Sí, en esa maceta estaba creciendo un árbol que ya era casi lo ancho de la maceta y tenía una altura de casi dos metros. Sorprendidos, decidieron trasplantarlo en el jardín, eso hicieron. Pero eso no termino allí, a la mañana siguiente la impresión fue cada vez mayor, el arbolito era un señor olivo y lo mejor, o la sorpresa, estaba lleno de frutos, sí, de aceitunas. No podían creer lo que estaba pasando y hasta dudaron que sus cabezas estuvieran bien. Llamaron a sus hijos y viendo el almanaque para saber en qué fecha estaban, eso fue como un balde de agua fría, solo habían pasado dos semanas de cuando volvieron del viaje a Argentina. Solo dos semanas y la aceituna se había convertido en un árbol, ya un olivo maduro, si se puede usar ese término.

Decidieron acercarse a él y arrancar una de las aceitunas, pensando que serían amargas o algo peor, pero cuando se las pusieron en la boca notaron un dulzor especial y un deseo de arrancar otra y otra. María fue a buscar un cuenco para juntar algunas para llevarle a sus hijos por si no los creían, pero no llegaron a ningún lado porque se las terminaron comiendo ellos. Esa noche todo era diferente, se sentían con fuerza, una fuerza que ya les había abandonado, pero esa noche sin darse cuenta Roberto fue al baño y al llegar se dio cuenta que no estaba apoyado en su bastón que ya hacía más de cinco años lo acompañaba a todos lados. Esa noche también estando en la cama viendo la tele, se rozaron las manos debajo de las sabanas, y un escalofrío les recorrió el cuerpo, el escalofrío se trasformó en un cosquilleo por toda la piel, hasta que las manos fueron a encontrar al cuerpo del otro, una cosa llevó a otra y la noche se trasformó en madrugada, y la madrugada en amanecer. Estaban despiertos y habían hecho el amor más de tres veces, todo parecía un sueño, no daban crédito a lo que había pasado. Cuando fueron al baño para darse una ducha, no solo tenía energía para regalar sino que al verse al espejo, María no tenía canas y el pelo rubio resaltaba esos ojos color de cielo que la genética de sus padre le regalaron, pero Roberto no solo no tenía canas, sino ya su calvicie se había trasformado en el pelo ondeado que tenía a los treinta, si… Parecía que eran más de cincuenta años menos y su piel, eso lo demostraban, las arrugas habían desaparecido y el color blancuzco de la piel se había trasformado en un color cetrino. Su cuerpo… Su cuerpo, eso era lo mejor, ya no les colgaba nada y la piel estaba tersa como la del culito de un bebé.

Estuvieron así todo el día, casi parecían hipnotizados con el espejo y sus manos recorriendo todo su cuerpo. Pasaron todo el día como si hubieran estado encarcelados por muchos años y ahora en libertad (literalmente eso pasó). Hicieron el amor cada dos por tres, y cuando el cansancio les superó por fin se quedaron dormidos en la alfombra del salón.

Al despertarse, primero pensaron que era una pesadilla, pero al verse sabían que no fue un sueño, se pellizcaron y los nervios de sus brazos les respondieron con un dolor intenso. Se levantaron y fueron al teléfono para llamar a sus hijos porque todavía no creían muy bien lo que estaba pasando, se vistieron y se fueron al salón a sentarse en el sofá. Hasta que después de un par de horas tocaron el timbre y escucharon la cerradura de la puerta de entrada (pues sus hijos tenían llave por si pasaba algo).

Al entrar, todos se sorprendieron, no tanto como sus hijos.

—¿Quiénes son ustedes? —les dijo Alberto—. ¿Y nuestros padres?

—Somos nosotros —dijo Roberto.

—Llamaremos a la policía

—No lo hagas. Déjanos explicarte —dijo Roberto.

Tardaron mucho, pero después de tres largas horas explicándoles todo, desde la recogida de la aceituna, el plantarla, el árbol, las aceitunas (no le explicó todos los detalles privados). Alberto, aunque no lo entendía, comprendió que eran sus padres y que tenían más de cincuenta años menos, todo parecía una historia de ciencia ficción, con la diferencia que ellos lo estaban viviendo. Sin estar muy convencidos, Alberto y Susana se fueron con muchas preguntas, tanto que esa noche no pudieron dormir. A la mañana siguiente llamaron a sus padres, pero no atendieron, fueron a su casa y no encontraron a nadie, fueron al jardín y el árbol estaba seco, ya no tenía frutos. Decidieron llamar a la policía, pero qué le dirían.

¡Mis padres se hicieron jóvenes y no están en casa!

Solo dirían lo más obvio, ¡mis padres desaparecieron!

La policía vino, pero no entendía nada, solo decidieron que los hijos pusieran una denuncia por desaparición, para tratar de que la policía los busque. Pero sabemos que la policía no encontró nada ni a nadie, solo al llegar a sus casas, sus hijos encontraron una carta en cada buzón, que decía.

Alberto llegó el primero.

ALBERTO…

PAPÁ Y MAMÁ ESTÁN BIEN Y DECIDIMOS EMPEZAR A RECORRER ESTA NUEVA ESPERIENCIA Y A SABER DÓNDE NOS LLEVA, SOLO SEPAN QUE LOS QUEREMOS Y SIEMPRE ESTARÁN EN NUESTRO CORAZON. LOS QUEREMOS MUCHO.

Roberto y María

 

P.D.: No nos busquen…

Susana recibió la misma carta.