133. Savia de vida

Teller

 

Llovía esa mañana sobre el olivar. Gotas indecisas resbalaban por las aceitunas, dejando un rastro brillante que las embellecía aún más. La cuadrilla de aceituneros se acercaba a recoger el fruto, que ya maduro, se agarraba a duras penas a las ramas. Alguna, vencida, ya había caído al suelo. Eran días de cosecha en el campo y de fabricación de aceite en el molino. Solo embotellaban su propio aceite, era un pequeño negocio traspasado de padres a hijos.

Junto a ellos desfilaba una perrita de color canela que respondía al nombre de Melosa. Altiva y graciosa otros días, pero ese en especial mostraba, cabizbaja, un paso lento y falto de energía.

Se recostó bajo uno de los árboles al resguardo de la lluvia. Las nubes en vez de amainar su llanto, se empeñaron en lanzar truenos y rayos. Todos los trabajadores se vieron obligados a abandonar el tajo. Pero dentro de Melosa también se había desatado una tormenta que la hacía retorcerse sin descanso.

Cada sonido que lanzaba el cielo se mezclaba con los aullidos que su estado le provocaba.

Al atardecer, bajo el tronco del olivo ya no estaba ella sola, tres cachorros la acompañaban.

La mañana siguiente trajo consigo un reluciente sol que invitaba a trabajar con más alegría.

Tomás, que se disponía a tender las redes alrededor de los olivos, se percató de la nuevas vidas que habían nacido.

Le ofreció agua y pan, pero Melosa no parecía tener ánimo de levantarse.

Al caer la tarde, cuando terminaban su tarea, el hombre decidió llevárselos con él en la furgoneta. Los acomodó en un rincón de la gran nave donde se ubicaba el molino de aceite, lugar de su propiedad, donde siempre solía estar la perrita, dejando alimento y agua cerca del animal. Pero ella seguía sin acercarse a probar nada.

Cuando los dejó allí para volver a su furgoneta, de fondo se podía escuchar el gemir a trío de los pequeños que intentaban mamar de su madre y no lo lograban.

El tejado tenía una gran claraboya que dejaba pasar la luz del sol en el día. Esa noche en especial, una gran luna brillaba dando claridad al interior de la estancia.

Para Tomás estaban siendo también unos días muy complicados. Tenía que decidir si seguía con su negocio o lo cerraba, dejando atrás tantos años de lucha y dedicación. Algo que nunca tuvieron que plantearse ni su abuelo ni su padre anteriormente.

Aunque la cosecha era buena también este año, las ganancias serían mínimas.

Cuando abrió la cama para meterse dentro, una gran nube de pensamientos negativos se quedó sobre su cabeza, tapando poco a poco todo su ser hasta cubrirlo por completo.

Sueños perturbadores le acecharon esa noche cada vez que conseguía dormir un poco.

Cuando estaba en duermevela se veía a sí mismo, de pequeño, corriendo por el olivar con una sonrisa dibujando su cara. Recordaba el olor de la hierba al ser removida o pisada y por supuesto el olor de la fiambrera al ser abierta a la hora de comer, llena de ricas cosas que había preparado su madre. ¡Que bien sabían la tortilla de patatas y los filetes empanados en el campo!

Pero no podía seguir con el negocio sólo por nostalgia. Era una decisión muy importante que arrastraba a mucha gente con él.

_¿Estas bien?_Le preguntó su mujer al notar que el hombre no paraba quieto en la cama.

_Perdona que no te esté dejando dormir, pero no, no estoy bien. No paro de pensar en el molino y en la decisión que he de tomar _ respondió.

Ella lo acercó a su pecho, abrazándolo como a un niño pequeño. Lo que ella opinara en ese momento no le serviría de nada, pero sí el saberse comprendido.

Tomás se refugió en el calor de ese abrazo, impregnándose del olor familiar y acogedor que desprendía su regazo. Solo en ese momento fue cuando consiguió cerrar los ojos y dormir transitando otros sueños más placenteros.

_Buenos días _ dijo ella al notar que el hombre ya abría los ojos.

_Buenos días _ susurró al oído de su mujer, acercándose a sus labios para darle un beso.

_Espero que consiguieras dormir un poco.

_ Sí, gracias a tu abrazo ¨espanta- sueños malos¨.

Se miraron en ese momento y comprendieron que decidiese lo que decidiese, ellos estarían juntos para afrontar y superarlo todo.

_ No te he contado que Melosa parió tres cachorritos_ le contó.

_¡Vaya! Que buena noticia.

_Bueno, no creas que lo es. No la veo muy bien. Me parece que no se va a recuperar esta vez.

_Ella es fuerte, ya tuvo crías otras veces.

_Esta vez algo me dice que no es lo mismo _ dijo con preocupación.

_La podemos llevar al veterinario hoy.

_Sí, luego la llevamos_ asintió.

Pero su primer destino esa mañana era ir a visitar a su gestor. No podía tener esa incertidumbre constante. Necesitaba decidir de una vez por todas qué hacer.

_A ver, lo más sensato en este momento es aceptar la oferta que está sobre la mesa. El comprador está siendo muy generoso con el precio a pagar _ aclaró el gestor cogiendo los documentos que estaban sobre la mesa.

_Lo sé.

_ Firma este contrato entonces sin darle más vueltas al asunto_ apuntó.

_En cuanto lo haga todo desaparecerá. Este hombre construirá allí el complejo rural y el lugar no volverá a ser tal y como lo conocemos ahora.

_Pero se compromete a destinar un espacio como museo del aceite, donde cuidará y mostrará todo lo relacionado con el molino _ dijo su gestor en un intento para convencerlo de que hacía bien.

El pre-contrato ya estaba firmado por el interesado comprador, solo bastaba que lo hiciese Tomás y luego deberían reservar cita con el notario para hacerlo efectivo.

Cogió el bolígrafo entre sus dedos temblorosos notando que su corazón se aceleraba de tal manera que parecía querer salir de su hueco. Incluso la vista parecía negarse a leer lo que tenía delante, mostrándose borrosa y confusa.

Salió de edificio con muchas más dudas que cuando entró. Tenía que pensar en otra cosa.

Enseguida recordó a la perrita.

Había quedado en que se pasaría a por su amigo Andrés, veterinario de la zona, después de hablar con él por teléfono, su mujer iría después por su cuenta. Ellos se conocían desde niños y tenían la suficiente confianza para preguntarse por sus cosas, de hecho éste lo hizo.

_Se rumorea que vas a vender el molino familiar_ afirmó sin rodeos.

_No me queda más remedio que hacerlo. El campo está en su peor momento.

_Tienes razón en eso. También los ganaderos, con los que trato a diario están descontentos. Negocios de toda la vida son insostenibles hoy en día.

Después de esa conversación quedaron sin decir nada. Como si hablar de ello les creara una impotencia que no podían ni sabían gestionar.

Al llegar a la puerta de la nave donde estaba el molino, Tomás sacó su llave para abrirla.

Los trabajadores ya habían salido temprano a seguir recolectando las aceitunas, él se uniría a ellos en cuanto terminase de hacer las cosas que tenía programadas para esa mañana.

Un silencio absoluto reinaba allí dentro.

_Este silencio no me gusta nada, cuando salí anoche de aquí los cachorros no paraban de lanzar gemidos como si llorasen todo el tiempo. No sacaban nada de los pezones de su madre y contando que ya habían pasado la noche del nacimiento al raso, me da la sensación de que su silencio es mala señal.

_Pues con esto que me cuentas, yo también me temo lo peor. No creo que hayan sobrevivido.

Cruzaron toda la estancia hasta llegar al lugar donde los había dejado.

El cuerpo de Melosa permanecía quieto y sin rastro de vida, cosa que verificó Andrés al reconocerla.

¿Pero dónde estaban las crías? ¿Acaso algún trabajador se los había llevado?

Mientras Tomás se hacía éstas y otras preguntas, un ruido llamó su atención. Provenía del lugar donde estaba el decanter, justo en un pequeño charco de aceite virgen que se había formado bajo éste y que aún permanecía en el suelo. Alrededor estaban los tres cachorros lamiendo sin parar el oscuro néctar que daba un extraordinario brillo a sus hocicos. Verles ahí, alimentándose con esa savia de vida fue lo que hizo que Tomás viese claro, de una vez por todas, lo que debía hacer con su negocio.

_Es increíble, siguen vivos. ¿Cómo han llegado hasta aquí tan pequeños? _ dijo el veterinario mientras los iba cogiendo y examinando.

_Creo que su madre tenía claro qué hacer antes de morir _ pronunció Tomás.

En ese momento entraba su mujer. Esta, sin tener que preguntar nada se dio cuenta de todo.

Solo hablaron al salir.

_¿Estuviste en el gestor esta mañana temprano?_ preguntó ella.

_Si. Pero no firmé nada. Estaba demasiado confuso como para hacerlo.

Después de ver esto tengo muy claro que no venderé este lugar. Sobreviviremos como lo han hecho estos cachorros. Tenemos de nuestra parte la mejor savia de vida.