13. El vermut

Teo Torriate

 

Su momento favorito. Las aceitunas esmeradamente recogidas, encurtidas artesanalmente por sus propias manos. Cada domingo el mismo ritual. Una copa de vino blanco bien frío y las hijas de los olivos que, retadores, dominaban su pequeña parcela. Se deshacían en el paladar, proporcionándole un placer que ningún orgasmo podía comparársele.

Hoy tocaba Mónica. La había amado mucho, pero había algo en ella que le hacía desconfiar. Aun así, la echaba de menos. Habían salido gustosas, aunque quizá se había pasado con el aliño de guindilla. Lo apuntó en la libreta para mejorarlo la próxima vez.  La semana pasada tocó Isabel. Manzanilla sencilla, sin ornamentos, como era ella. Quizá algún día volviera a verla. Para la semana siguiente escogería a Bruna. Las suyas eran negras, de potente sabor que le trasladaba a veranos eternos. Recordó el pelo rosado de Valeria. Suyas eran las Rosciola que solamente degustaba en ocasiones muy especiales, tal como era ella.

Cada olivo llevaba el nombre de una de aquellas mujeres. Cada aceituna en su boca era el recuerdo de cada una de ellas. Los amores de su vida hechos fruto.