125. El buscador

Andrea Zyjma

Algunos lo llamaban ladrón de aceites, los menos le tachaban de gourmet obsesivo. Sintió que andaba cerca de lograrlo cuando cató un cornicabra que hacía soñar con frutas y mediodías bajo un sol de cigarras. Avanzó por envases de arbequina que encerraban tardes ventosas de otoño y una juventud que ya no volverá. Retrocedió para abordar el verdial, que vibraba como esmeraldas juguetonas. Pero fue al bajar de la sierra hasta el valle donde todo encajó. Sustrajo un picual cuyo aroma robusto y solemne le habló de tierras frescas y rústicas, de miradas entrecruzadas al ocaso. Las notas de savia y tomate le hicieron pensar que aquel era el final del camino pero no, no todavía. Robó por fin un hojiblanca, con su equilibrio perfecto entre dulzura y amargura, motas de almendra y manzana verde. Tras verter una pizca sobre el plato comprendió que ya no tendría que vivir como un prófugo triscando por almazaras y olivares. Unas gotas transparentes y saladas surcaron sus mejillas de buscador de aceites. Se sentó y solo se le oyó murmurar «este era, abuelo, este era».