120. Luces, olivos, acción

Emilia Pazos

 

En un rincón de Jaén, donde los campos se extendían en un manto de verde plateado, se encontraba el olivar de la familia Dueñas. Durante generaciones, habían cultivado olivos, extrayendo de sus frutos el valioso líquido que suponía un aceite de oliva de gran calidad. Este aceite, reconocido por su sabor excepcional y sus propiedades saludables, era el tesoro de la familia. Un día, decidieron abrir las puertas de su olivar al oleoturismo, invitando a los visitantes a experimentar la cultura del olivar. Los huéspedes eran recibidos con ramas de olivo y un aroma fresco que flotaba en el aire. Mostraban cómo se recolectaban las olivas, el proceso de prensado y el milagro de la extracción del aceite.

Los visitantes podían pasear por los senderos entre los árboles centenarios, disfrutar de catas de aceite de oliva virgen extra y degustar pequeñas tapas elaboradas con este mismo aceite de sabor único. Descubrían la pasión y dedicación que los Dueñas ponían en cada botella de su aceite, y cómo el olivar, más que un negocio, era un legado. Los huéspedes solían marcharse con corazones y estómagos llenos, llevando consigo el conocimiento y el aprecio por el aceite de oliva de calidad. La familia Dueñas compartía su amor por el olivar y su riqueza cultural con todos aquellos que estuvieran interesados, dejando una huella duradera en cada visitante que había experimentado la magia del olivar.

Una tarde, el sol dorado bañaba suavemente el paisaje, pintando de tonos cálidos el vasto olivar que se extendía ante los ojos de un grupo de ecoturistas. Los olivos, con sus troncos retorcidos y hojas plateadas, se alzaban como guardianes de la historia y la tradición. Guillermo, el guía de oleoturismo del olivar era miembro de la propia familia Dueñas, un apasionado amante de la naturaleza. Se adelantó al grupo y comenzó su descripción. Sus palabras fluían como el aceite de oliva de la región, suaves y llenas de contenido.

—Bienvenidos a este rincón mágico —comenzó—, donde los olivos son más que simples árboles. Son testigos de siglos de vida y cultura.

Mientras caminaban por los senderos entre los olivos centenarios, el guía compartía relatos sobre la historia de la región y la importancia del aceite de oliva en la vida local. Hablaba de la paciencia de los olivos, que podían vivir siglos, y de la dedicación de los agricultores que los cuidaban con amor.

Llegó a la parte donde se encontraban los árboles más antiguos y singulares.

—Estos olivos son como ancianos sabios —continuó el guía—, han visto pasar a civilizaciones enteras, desde cartagineses y romanos, hasta árabes y cristianos. Han sido un símbolo de resistencia y continuidad a lo largo de los tiempos.

El grupo se detuvo junto a un olivo centenario, sus ramas extendiéndose como brazos en un abrazo eterno. El guía animó a los turistas a tocar su rugosa corteza y sentir la historia que emanaba de él.

—En cada aceituna y en cada gota de aceite de oliva —comentó el guía—, se encuentra la esencia de esta tierra y su gente. El olivar es un tesoro que nos conecta con la naturaleza y la rica tradición de esta región.

Mientras el grupo continuaba su recorrido por el olivar, en la mayoría se observaba un profundo respeto por estos árboles centenarios y una apreciación renovada por la belleza y la historia que rodeaba este rincón de la naturaleza.

—Los cartagineses, con sus conocimientos de agricultura, habían comenzado a cultivar los olivos en la región, extrayendo un aceite que se comerciaba en todo el Mediterráneo —Guillermo continuaba—. Estos olivos, jóvenes entonces, se habían convertido en uno de los pilares económicos de la zona. Los romanos, al conquistar la región, continuaron con la tradición de la producción de aceite de oliva y llevaron el conocimiento sobre el cultivo de los olivos a nuevas alturas. Los olivos, ahora más robustos, daban frutos abundantes que eran prensados para obtener un aceite apreciado en todo el imperio. Con la llegada de los árabes, la técnica de producción de aceite de oliva se perfeccionó aún más. Los aljibes y norias se convirtieron en una parte integral de la agricultura de la zona, permitiendo un riego eficiente de los olivos. El aceite de oliva se convirtió en un elemento esencial en la cocina y en la vida cotidiana de la región. Durante la Reconquista, los cristianos recuperaron la tierra y la tradición del aceite de oliva continuó floreciendo. El olivo, ahora con siglos de historia en sus raíces, era venerado por la comunidad local. Los siglos pasaron, y el olivo siguió produciendo sus frutos dorados generación tras generación. Su aceite, conocido en todo el mundo, se convirtió en una fuente de orgullo para la región de Jaén. A pesar de los cambios de época y de las culturas que habían pasado por la tierra, el olivo permaneció como un símbolo de la resistencia y la continuidad a lo largo de la historia. Hoy en día, aquellos olivos cartagineses, con sus ramas retorcidas y sus troncos centenarios, siguen ofreciendo su preciado fruto a la comunidad de Jaén. Cada aceituna y cada gota de aceite que producen lleva consigo la rica historia de la región, una historia que se extiende a lo largo de los siglos y que se celebra con gratitud en cada cosecha.

Uno de los visitantes, un hombre con una actitud crítica no pudo contener su desacuerdo y levantó la mano.

—¿Cómo puedes estar seguro de que estos olivos tienen tantos siglos de antigüedad? No puedes saberlo con certeza. En mi opinión, no parecen tan antiguos.

Guillermo, acostumbrado a las preguntas desafiantes, respondió con calma.

—Es cierto que no podemos determinar la edad exacta de cada olivo, pero muchos de ellos tienen características que sugieren que son muy antiguos. Sus troncos retorcidos y sus ramas robustas son signos de su longevidad.

El turista no estaba convencido y continuó argumentando que los olivos podrían tener muchos menos años de los que afirmaba el guía. La discusión se prolongó durante un tiempo mientras el grupo avanzaba por el olivar, con algunos turistas decantándose por los razonamientos del guía y otros apoyando al escéptico. A medida que la excursión continuaba, Guillermo señaló diferentes características de los olivos que sugerían su antigüedad, como las marcas en los troncos causadas por la poda a lo largo de los años y las raíces profundas que habían crecido en busca de agua.

En aquel momento, el guía llevó al grupo a una zona del olivar donde los olivos habían crecido de manera peculiar, tomando formas que evocaban imágenes sorprendentes. Mientras avanzaban entre los olivos, Guillermo señalaba y nombraba cada uno de ellos de acuerdo con sus parecidos. Primero llegaron a una zona que conocían como “El Gólgota”. Era una parada obligada en las excursiones de ecoturismo, y allí, en medio de la fragante vegetación, se erguía un olivo que había capturado la imaginación de todos. Su forma se asemejaba a una cruz, con una rama horizontal que se extendía majestuosamente.

—Les presento a “El Cristo” —anunció Guillermo, con reverencia en su voz—. Este olivo es un verdadero tesoro de la naturaleza. Su figura única nos recuerda la importancia de la fe y la tradición en esta región.

La mayoría de los visitantes se acercó al olivo, admirando su forma y la conexión entre la naturaleza y la religión que evocaba. Algunos reflexionaron sobre la espiritualidad del lugar, mientras otros simplemente se quedaron allí, maravillados por la figura de El Cristo. Sin embargo, uno de los turistas, el mismo escéptico que había discutido la antigüedad de aquella parte del olivar, volvió a expresar su opinión con franqueza.

—Perdón, pero este olivo no parece una cruz de ninguna manera. Solo parece un árbol con una rama enferma.

—Cada uno de nosotros ve la belleza de manera diferente, y eso es lo que hace que la naturaleza sea tan asombrosa —respondió Guillermo, sonriendo con paciencia—.  Para algunos, El Cristo es un símbolo conmovedor de fe y tradición, mientras que, para otros, es una simple curiosidad.

El grupo se tomó un momento para reflexionar sobre la figura del olivo y su conexión con la naturaleza y la espiritualidad. Llegaron entonces a la zona que conocían como “El Coso”. Allí, destacando en la parte central de una serie de olivos dispuestos en forma circular, se alzaba un ejemplar que se ganó su nombre por su figura inusual. El olivo parecía un torero entrando a matar, con una rama que se curvaba hacia delante de manera majestuosa, como si estuviera realizando un pase de muleta en la plaza.

—Les presento a nuestra estrella del coso, “El Matador”. —Guillermo Dueñas, con una sonrisa en el rostro, se dirigía al grupo—. Este olivo es otro espectáculo de la naturaleza. Su forma única nos recuerda la elegancia y la valentía de los toreros en la arena.

Los visitantes se acercaron al olivo, admirando su forma y la destreza con la que había crecido a lo largo de los años. Algunos imaginaron la pasión y el coraje de un torero, mientras que otros simplemente se quedaron allí, maravillados por la singular figura de El Matador. Sin embargo, el mismo turista inflexible, no pudo contener su escepticismo.

—¡Otra chorrada! Este olivo no parece un torero —Exclamó en voz alta—. Es simplemente un árbol contrahecho.

El guía, volvió a mantener su calma y su sonrisa, aunque por primera vez, parecieron comenzar a agotarse.

—Sí, como decíamos, la belleza es subjetiva, y cada uno de nosotros tiene el derecho a interpretar la naturaleza como mejor estime —Respondió—. El Matador nos desafía a ver la creatividad y la inspiración en lugares inesperados.

Dentro del grupo se volvieron a escuchar murmullos mientras abandonaban El Coso para acercase a “El Tablao”. Allí, rodeado por un cuadro de olivos, se alzaba un olivo peculiar. Parecía una bailarina que había tomado una grácil pose, con una rama que se curvaba hacia atrás como si estuviera realizando un elegante arabesco.

—Les presento a nuestra protagonista, “La Bailarina” —El guía volvía a sonreír mientras presentaba a tan ilustre olivo—. Este olivo es otra verdadera joya de la naturaleza. Ha crecido con una gracia y una elegancia que recuerdan a una bailarina en pleno movimiento.

Nuevamente, los visitantes se acercaron al olivo, admirando su forma y la destreza con la que había crecido a lo largo de los años. Algunos tomaron fotos mientras otros simplemente se quedaron allí, maravillados por la belleza de la Bailarina.

—Este olivo se parece tanto a una bailarina como yo —El turista escéptico no pudo contenerse—. Es simplemente un árbol retorcido.

Guillermo no perdió la compostura, pero si la sonrisa. Esta vez no contestó. Finalmente, llegaron a “El Cuadrilátero”, donde un olivo se había erigido en protagonista debido a que parecía un boxeador en plena pelea, con una rama que se curvaba hacia adelante como lanzando un gancho.

—Y finalmente, les presento a “El Boxeador” —anunció Guillermo—. Es el último árbol que les presentaré en la visita. Este olivo es un verdadero luchador de la naturaleza. Su figura nos recuerda la fuerza y la tenacidad de un boxeador en el cuadrilátero.

Los turistas esperaban la intervención de su crítico compañero mientras admiraban a El Boxeador. En efecto, su comentario no se hizo esperar.

—No veo cómo este olivo se pueda parecer a un boxeador en ningún tipo de postura. Parece un pobre árbol que ha crecido con mucha dificultad.

—Cada persona tiene sus propios criterios —Guillermo solo quería terminar el recorrido. Tratando de mantener una atmósfera positiva, zanjo la cuestión—. Ahora, ¿quién quiere una foto junto a nuestro boxeador?

El turista escéptico disfrutaba sintiéndose el protagonista, por lo que corrió a colocarse debajo del olivo solicitando una fotografía. Sin embargo, al apoyarse en El Boxeador, una rama se soltó y cayó con fuerza, golpeando al turista en la cabeza. El grupo no pudo evitar las risas y coincidió por unanimidad en que, al menos, aquel olivo sí merecía el nombre que se le había dado.