119. La boda
Tras la comida y los postres en la bodega, los novios nos apremian a salir al patio del cortijo para brindar y dar comienzo al baile. Aunque las cigarras siguen cantando con fuerza, el sol ya está bajo y pasan los últimos minutos de la tarde. Al comenzar la música dirigí mi mirada a las copas de los árboles, donde se aprecia el rojo anaranjado del arrebol y el candilazo. Salí de la finca y su bullicio a disfrutar de las vistas, entre el calor menguante, el aroma a campo y el sonido lejano de la celebración.
Me senté en un tronco viejo, respiré hondo, y grabé en mi retina la puesta de sol entre olivares. Es un horizonte serpenteante formado por hileras de miles de árboles cuajados de aceitunas que se mecen en un suave oleaje y se funde con el cielo azul tornasolado. Me sentí afortunada de ser testigo de la paleta de colores del atardecer en el valle, una paleta donde se mezclan los verdes, tonos tierra y la luz cálida fruto la simbiosis entre el mes de septiembre y el campo jienense. ¡Vivan los novios!