
110. La vida en un instante
El día amanece sobre la arcilla roja, donde los pies descalzos de dos chiquillos se curten trepando por los nudos de un viejo olivo. El tronco encorvado del árbol sirve de improvisado asiento para que la niña pueda leer sus cuentos, mientras él la observa embelesado, con una mirada tan blanca como la trama recién florecida.
Al llegar el mediodía, el tornasol de los ojos se vuelve verde, y las palabras se hacen más sabias y pesadas, tanto que quedan colgadas de las ramas en racimos de aceitunas bicolor. Los dos ríen, y una inesperada juventud se abre paso con la luz, y en cada carcajada la prosa se hace versos, que sus manos impacientes recogen como frutos maduros.
Con sus cuerpos encaramados, un hombre y una mujer aprenden que los besos de la tierra saben a oro líquido, y que el atardecer, que no entiende de parar el tiempo, les acompañará mientras escriben su historia de amor.
Solo cuando llegue el ocaso y desciendan de su refugio, se preguntarán qué precipitó así los acontecimientos. Y entonces recordarán que aquella mañana empaparon el pan tostado con una dosis extra de aceite de oliva.