
107. Tres gotitas
Un día la Sra. Rosales, la más rica del edificio, me regaló una pequeña botellita de aceite de oliva extra virgen por ayudarla a subir los bolsos de las compras. Uno de esos aceites muy caros, de esos que yo solo podía mirar por las vidrieras. Cuando llegué a casa le conté a mi mamá y se la di. Ella la agarró, la colocó en el centro de la mesa y nos quedamos contemplándola unos segundos. «Que hacemos má… ¿Lo probamos?» pregunté. Mi mamá quitó la tapita y dejó caer tres gotitas sobre un pedazo de pan del día anterior, lo partió en dos y me dio uno. Nos llevamos ese pedacito de pan duro a la boca y un silencio total se apoderó de la cocina. Cerré los ojos para concentrarme en descifrar su sabor. Fue increíble sentir como tan solo tres gotitas podían tener tanto para darte. Un entero olivar explotó en mi paladar, seguido por un delicado picor, cuando pensé que era todo, me sorprendió con un inesperado retrogusto a naranjo maduro… Cuando abrí los ojos, de alguna manera, percibí que el mundo, mi pequeño pedacito de mundo, ya no era el mismo que antes.