107. Quejido de un olivo
Soy un simple olivo y estoy harto; harto de Manolo y de Carmen, que no paran de discutir sobre quién es mi verdadero dueño. ¡Como si yo quisiera tener dueño! ¿Es que no ven que solo soy un árbol que quiere un poco de paz?
Cada año en la recogida de la aceituna, lo mismo.
—¡Que este olivo es mío, Manolo! ¡Mis abuelos lo plantaron aquí! —grita Carmen, siempre con ese tono autoritario.
—¡Tuyo será el viento, pero ese tronco está en mi lado! —responde Manolo, enfurecido.
¡Ay, qué paciencia hay que tener! El año pasado Carmen apareció al amanecer con una escalera, trepó a mis ramas y empezó a sacudirme con la misma delicadeza con la que uno sacude una alfombra llena de polvo. Al rato llegó Manolo, hecho una furia, y los dos se enzarzaron en una pelea de gritos y manotazos, mientras mis pobres aceitunas caían al suelo, testigos silenciosas de tanta tontería.
¿Y yo qué? Pues aquí, soportando peleas, con mis ramas despeinadas. Solo pido que se pongan de acuerdo. O que, al menos, me den un poco de tregua. ¡Ya está bien!